Al final, las 4 amigas y 2 amigos míos que han visto "Crash" están en desacuerdo con mi dura crítica de hace una semana, y no conozco a nadie que la haya visto y que coincida conmigo. Cito a continuación la respuesta de una amiga:
Pero la cuestión es: los cuentos en la actualidad se ven más que se leen. En cualquier caso, para gustos los colores, y el cine es entretenimiento que tanta política fílmica "smells like a teen spirit" y la denuncia social tiene un límite "...y, las salchichas dos" (como dice mi amado) ¿No creéis que nos tragamos pequeños cortometrajes diarios manipulados a más no poder en los telediarios con realidades que exceden con creces a la realidad para ir a un cine y seguir viendo más "realitydades" manipuladas por un director y sus compinches de productora?
Además, no hay nada nuevo bajo el sol desde hace demasiados siglos (Jorge, ni siquiera Amenábar, Amenábar, mono de la monería... que su estupenda peli -que a mí me gusta- es un remake de otra más estupenda peli sin tantos medios que tuve suerte de ver hace un par de años de un chaval, si mal no recuerdo, director catalán, filmada en B/N con una factura clásica que daba gusto unos cuantos años antes y que, seguramente, incitó a aquél a llevar a cabo un nuevo intento).
Los shortcuts son recursos fantasiosos para llegar a las moralinas y evitar el fin en suspensión, suspenso, suspendido, en suspense y, por qué no, para contar historias que en cualquier caso nunca llegarían a relacionarse si no fuera por este recurso forzoso. Si todos sabemos que en literatura ocurre lo mismo...
Lo mejor de todo es que nos sigan dando carnaza para criticar y sentir que podemos opinar hasta de las cosas que no tenemos ni idea. Eso es lo mejor y el que la tenga que le aproveche porque "Yo sólo sé que no sé nada"
A lo que yo le respondí:
Bueno, mi crítica de "Crash" parece que ha animado al personal, ya he recibido varias respuestas.
Me gusta la tuya. Es cierto, los telediarios nos ceban con ficción de mala calidad que hacen pasar por realidad. También es cierto que ahora los cuentos y las novelas no se leen: se ven en la pantalla. Lo único que digo es que a mí unas pelis y unas novelas me gustan más que otras; no sólo eso: unas me parecen excelentes, otras muy buenas, otras regulares y otras tantas, malas con ganas. A "Crash" la meto en este último saco. ¿Por qué? Por hacer trucos baratos, trampas sin clase, efectos sin estilo.
Aprovecho ahora para decir que no sólo los telediarios, también gran parte de la publicidad es ficción de ínfima calidad. Ejemplo clásico: el individuo con bata blanca que nos quiere vender la burra del detergente que lava más blanco o de un champú antisarro, como si fuera un químico o doctor en medicina, cuando todo el mundo sabe que se trata de un actor mal pagado (si fuera uno de los que cobran un pastón no lo veríamos en anuncios, sino en "Crash 2").
Por si alguien piensa a estas alturas que soy un puñetero cascarrabias casi cuarentón al que no le gusta ninguna película de éxito, os cito unas cuantas que sí me han gustado bastante y que os recomiendo ver: "Buenas noches y buena suerte" ("Good night and good luck", de Clooney), "Truman Capote" ("Capote", de Miller; en español alargaron el título para que nadie crea que va de toreros), "Manderlay" (de Lars von Trier) y "Agua" (de Deepa Mehta).
Ya puestos a criticar, me paso a los libros. Aquí también voy a llevar la contraria a varios amigos, pero confío en que mis advertencias ahorren a otros la molestia de leer esos títulos. Y si hay algún masoquista entre vosotros, pues adelante, disfrutarás de lo lindo.
En primer lugar, la novela "La piel fría" del escritor catalán Albert Sánchez Piñol (lo tengo en Edhasa; me lo prestó hace muchos meses una buena aunque lejana amiga y no sé cuándo se lo podré devolver). Ha sido todo un éxito editorial, con traducciones a tropecientos idiomas, y con alguna que otra crítica favorable, incluso en exceso, rozando el panegírico (como la aparecida en "Jabberwock 1 - Anuario de ensayo fantástico", que incluye otros artículos muy interesantes). Pues bien, la novela en cuestión es un refrito de "La guerra de las salamandras" de Karel Chapek (excelente novela*), "El desierto de los tártaros" de Dino Buzzati (igualmente) y la imaginería del horror a seres anfibios y humanoides de Lovecraft. Con eso lo digo todo, salvo que al parecer ya se ha publicado la segunda novela del mismo autor, con la misma "trama" (por llamarla de algún modo), sólo que ambientada en el corazón de África.
(*"La guerra de las salamandras" es una de las diez novelas que me llevaría... ¡a cualquier sitio menos a una isla desierta!)
Tan mala, si no peor, es "Las confesiones de Max Tivoli", de Andrew Sean Greer (editada por Destino y el Círculo de Lectores). Preferiría cien veces haber leído el resumen de su argumento en una crítica o en un relato (como los de Borges), con lo que en vez de 315 páginas me habría bastado con leer, a lo sumo, un par de ellas**. Lo único que podría salvarse del libro es su "idea" central (en realidad, tampoco eso), y no hay ningún elemento que conceda más valor a la novela entera que a un resumen, ya que tiene el estilo más plano y tópico que se pueda imaginar; al que le interese le puedo enviar los dos párrafos que, en las solapas del libro, explican de qué va la cosa (de hecho, al que le apetezca leer este libro que me lo diga).
(**La lectura del mencionado anuario "Jabberwock 1" me ahorra cepillarme unas cuentas obras maestras de la literatura de ciencia ficción y fantástica contemporánea...)
Yo hace tiempo que casi no leo obras de ficción (sobre todo novelas), y de las pocas que leo la mayoría lo hago en esperanto (porque me toca escribir una reseña o un artículo sobre ellas). No sé si ha sido Francisco Ayala el que hace unos días ha dicho que la novela como género literario ya no tiene nada que ofrecer. Se escriben (y se publican) demasiadas novelas. Gran parte de los autores son jovenzuelos con poca experiencia de la vida que quieren escribir el novelón, el superéxito de ventas de la temporada (Greer tiene 26 años) o autores no tan jóvenes pero con idéntico objetivo (Sánchez Piñol, 41). Coge uno una novela y se le ve el plumero desde las primeras líneas: se trata de construir, armar una historia en torno a cierto esquema o hilo conductor que le dé estabilidad y continuidad, para luego poblarla con personajes laboriosamente diseñados cuyas acciones y diálogos permitan llemar la x páginas estipuladas por el concurso o la editorial de turno. En otras palabras: escribir para vivir, para cobrar, para vender. Por eso tantas novelas se parecen tanto y me interesan tan poco. Qué difícil es dar con una gran obra de esas que te tocan la fibra o te retuercen las tripas, como "El maestro y Margarita" de Bulgakov, o "Matadero 5" de Vonnegut. Puestos a tragarme novelas, me quedo con las de la pantalla: el cine. De algún modo, cuando veo películas desactivo algunos mecanismos defensivos de mi cerebro, salvo que se trate de un filme malo de remate, por pura higiene mental. Claro está que también hay libros de poesía infumables (quizás la mayoría, lo admito), o de ensayo (tengo la impresión de que menos), pero en el caso de la novela, de la prosa de ficción, se trata de una auténtica epidemia, con el agravante de que no hay nada más que obtener aparte de ese disfrute abortado, fallido.
A ver si pronto me ocurre algo digno de contar y me dejo de darle vueltas a estos asuntos sin importancia.