No tenemos fotos de nuestro primer día en Roma, porque se nos averió el cargador de la batería de la cámara. Para resumir: Paseamos por la ciudad sin enterarnos demasiado de la película; alucinamos con las nubes de millares de estorninos, uno de los cuales me cagó desde las alturas acertándome en la pierna (luego alucinaríamos con la profesión de asustador, ahuyentador o espantador de pajarracos); cenamos con Yiyi y Alfonso, pareja de amigos italotaiwanesa a la que veremos pronto por aquí; y después nos tomamos una copa en el Trastévere (el barrio al otro lado del río Tíber) con nuestra amiga Katia, que se encontraba en Roma trabajando en la conferencia de la FAO. A medianoche, en el bar donde disfrutábamos de unos mojitos, empezamos a celebrar mi cumpleaños... Y luego, de vuelta al hotel, perdí la orientación y la reputación (de guía-intérprete acompañante). Así que la primera foto que pongo es del día de mi cumple.
Esto del cumpleaños no es una obsesión mía, sino un macguffin más sobre el que escribir (y que celebrar, claro). Pues bien, el mejor regalo que podría recibir se materializó en la presencia de nuestro amigo Ranieri, que nos acompañó y guió por toda la ciudad durante 11 horas, almuerzo y cena incluidos (¡menos mal!). Qué manera más interesante y amena de volver a lugares por los que habíamos pasado sin percatarnos el día anterior, o descubrir muchos otros nuevos, de la mano de un romano de adopción gran conocedor de la Roma clásica y, sobre todo, de la barroca, hasta el punto de hacerme comprender o, mejor dicho, sentir por vez primera lo que el Barroco significa.
(En cierto momento nos cruzamos con el nuevo líder de los socialistas italianos, Bersani, y de algún modo Ranieri consiguió que se detuviera a saludarnos y estrecharnos la mano, como todo político que se precie. Dado que no nos dio tiempo a desenfundar la cámara, nos tuvimos que hacer la foto con él un día más tarde, y en diferentes circunstancias)
A veces, como en el caso de los igualmente infatigables Gian Carlo (en Turín) o Nicolino (en Nápoles), preguntábamos a Ranieri si estaba cansado, con la esperanza de que nos dijera que sí para poder sentarnos un ratito ante una copa de vino o una taza de café, pero ni por ésas...
Al igual que en la visita del Museo Egipcio de Turín; que en el Campo de los Milagros, en Pisa; o que con el Vesubio en el horizonte, asimismo también en Roma sentí un estremecimiento al contemplar por primera vez, y al penetrar más tarde en el espacio que alberga, el Panteón romano.
Por último, Ranieri cenó pizza romana (de masa más fina y crujiente que la napolitana, y con los bordes más churruscaditos), y nosotros... canelones y ñoquis, que de todo hay que probar.
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