[Cito a continuación el penúltimo párrafo de "Teatro de la pasión", texto introductorio de a. Liddell Zoo (¿seudónimo?) a su obra de teatro "Leda", de 1993:]
Por último, no me gustaría olvidar hablar de lo bello. Creo en la correspondencia directa entre el arte y la belleza. Y reconozco la belleza por su insoportabilidad. Rilke asegura que la belleza es el principio de lo terrible que aún somos capaces de soportar. Yo, sin embargo, afirmo que la belleza es lo terrible y lo insoportable, y provoca la máxima turbación de los sentidos hasta obligarnos a huir. Ante todo se trata de un sobrecogimiento emocional. El artista debe buscar constantemente la belleza para torturarnos íntimamente. "Todo parece un exorcismo destinado a hacer afluir nuestros demonios", escribe Artaud. Y entiendo la crueldad como pureza. El arte debe atacar al contemplador a base de pureza. En efecto, la obra de arte ha de transformar al individuo. Actúa sobre sus órganos vitales, bien destruyéndolos, bien generando otros órganos, bien metamorfoseándolos. De cualquier modo, la transformación obliga a una reestructuración total del sistema que modificará la visión del mundo del sujeto. Esa transformación se produce a través de los sentidos, pues despojados del intelecto frente a la belleza, el estremecimiento que tiene lugar es de carácter sensorial y hasta sensual. Sabemos que algo ha cambiado. Tras el éxtasis incomprensible tomamos conciencia interna del ataque y seguimos andando con el rostro desfigurado por la herida. Un rostro distinto. Da igual por qué.
1 comentario:
Grandioso. Y cierto.
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