Querría contaros lo mucho que nos ha gustado Cádiz (la Gades romana y Gadir fenicia, del fenicio gaddir, muralla, por la roca sobre la que se levantó la ciudad y que, según Plinio, eran restos de la Atlántida). Hacía tiempo que, al visitar por primera vez un lugar, no tenía la sensación de que podría vivir allí muy a gusto, como en este caso. Pero estoy vago y viejo, así que sólo mostraré algunas fotos con una breve explicación. Aquí están Chen y Riitta, una amiga finlandesa con la que coincidimos en Cádiz:
Aquí parece que se me ve escuchando a algún comensal (¿Chen? ¿Eva? ¿Samuel?) acompañado por un plato de papas aliñás y otro de ortiguillas (pedimos también morena, pero tan escurridizo bicho o, más bien, bicha de los mares no sale en la foto). Ojo con el tamaño de los chupitos de tinto de verano.
La siguiente foto muestra un detalle de la piedra ostionera con la que se han construido muchos edificios de Cádiz tanto antiguos como modernos, y que recibe su nombre de los ostiones, moluscos semejantes a la ostra (que no a la hostia), pero de mayor tamaño y más bastos. Tocar esa piedra es palpar el tiempo.
He aquí la parte del teatro romano que se ha logrado excavar. El resto sigue enterrado bajo el barrio del Pópulo, y así seguirá. En el casco antiguo de Cádiz, confinado desde hace milenios en una península, pueden visitarse in situ yacimientos romanos, griegos y fenicios, como en la Casa del Obispo, o la fábrica romana de salazones.
Por último, vista desde las gradas del teatro de algunos edificios de viviendas. Imaginad que, al asomarse a la ventana después de levantarse, lo primero que uno viera fuese el teatro romano y, más allá, el Océano Atlántico.