En Kioto también tuve el placer de reencontrarme con otros amigos genuinos, Hughimoto y Masumi. Hughimoto, lector de Montaigne en su juventud, ha sido durante los últimos más de 40 años la única ventana al mundo esperantista de Kanzi Ito, señor ya anciano y de salud delicada que ha conseguido recopilar y reeditar en una cincuentena de volúmenes casi todos los incunables del esperanto, los primeros folletos y libros, muchos de los cuales se creían perdidos, publicados algunos en las lenguas más diversas de la Europa de finales del siglo XIX, así como las ediciones originales de los primeros clásicos de esta lengua nueva. Pensar que también el autor de esta empresa quijotesca y robinsoniana se salvó por los pelos del delirio termocida del presidente Truman…
El día 25 dejamos Kioto y nos fuimos al sur. Llegamos a Hiroshima a mediodía y disponíamos antes de nuestra cita de un par de horas para visitar el imprescindible museo de la paz y memorial de la explosión atómica. El año pasado, aparte de ver dos magníficas películas de los años 50 del director japonés Ozu (“Cuentos de Tokio” y “Buenos días”, que inspira uno de mis poemas en “Saturno”), también me leí de un tirón, solo en la habitación del hospital la víspera de mi operación de dolicomegasigma, la obra “Hiroshima, mon amour”, de Marguerite Duras, cuya versión cinematográfica por Alain Resnais, igualmente interesante, había visto meses antes en Estrasburgo. Y ahora estábamos Chen y yo en los mismos lugares en que se rodó este filme, 60 años después de que el Enola Gay dejara caer al mortífero Little Boy a un centenar de metros de allí.
Camino de Hiroshima y en la propia ciudad, había garabateado tres tankas en mi cuaderno. No son nada, una superficialidad ante la magnitud de lo ocurrido, herida todavía abierta en la consciencia de muchos japoneses aunque me temo que no en la conciencia de tantos norteamericanos. Y, sin embargo, me niego a censurarlos. Son tal vez un primer paso hacia algo que puede que escriba en otra ocasión. No son casi nada, pero algo son:
“Datreveno”
1
Jam sesdek jaroj
pasis de l’ granda krimo,
kiam Usono
kovarde kaj barbare
cindrigis Hiroshimon.
2
Urbon cindrigi?
Nur ludo por infanoj.
Premi butonon
kaj en flamojn transformi
la vivojn de l’ urbanoj.
3
Atombombitaj
Hiroshim’, Nagasako,
ne malesperu
char Uson’ vin omaghas
persiste en Irako.
[Hiroshima, 25-26.2]
(“Aniversario”: 1 Sesenta años / han pasado ya del gran crimen, / cuando los Estados Unidos / de modo vil y bárbaro / redujeron a cenizas a Hiroshima. // 2 ¿Reducir a cenizas una ciudad? / Un juego de niños. / Pulsar un botón / y transformar en llamas / las vidas de sus ciudadanos. // 3 Hiroshima y Nagasaki / destruidas por la bomba atómica, / no desesperéis / porque los Estados Unidos os homenajean, / pertinaces, en Iraq.)
Dos horas en el museo pasan volando y no se olvidan. Como os decía, allí se consumó un gran experimento de las ciencias no sólo naturales sino también sociales, con 400.000 cobayas. No bastaba el bombardeo convencional sistemático que pretendía estudiar, por ejemplo, si la tercera ciudad del Japón seguiría manteniendo el tercer puesto de la lista en la posguerra después de haber sido destruida, pongamos, en un 75%, o la quinta ciudad una vez arrasada en un 80%. ?¿De qué se trataba? ¿De probar la bomba y sus efectos? ¿De amortizar las sumas ya gastadas? ¿De que capitulara Japón y, de paso, de disuadir y acojonar a la Unión Soviética y al resto del planeta? ¿De escribir una página en los libros de historia donde se habla de los valores de Occidente y de la supremacía democrática de los Estados Unidos? ¿Por qué, dos años antes de la derrota de la Alemania nazi, se había decidido ya usar la bomba atómica no contra los alemanes sino contra los japoneses? ¿Y por qué destruir así, sin advertir a sus habitantes (que disfrutaban de una inexplicable, sospechosa y pérfida tregua en los bombardeos), una ciudad y no una zona militar o despoblada? ¿Por qué repetir la hazaña tres días más tarde en Nagasaki? ¿Sería, como escribe Rafael Sánchez Ferlosio, que “cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”?
Naturalmente, el cerebro privilegiado de Einstein había sentado las bases del conocimiento de la energía nuclear (y de mucho más) a principios del siglo pasado; naturalmente, los científicos expulsados o huidos de Alemania por judíos temían que Hitler consiguiera la bomba, y convencieron a Roosevelt para que los Estados Unidos se adelantasen, cosa que éstos lograron; naturalmente, los japoneses habían hecho de las suyas a diestro y siniestro en toda Asia, y probablemente no habrían dudado en usar armas atómicas de haber contado con ellas; naturalmente, los soviéticos declararon la guerra al Japón atacando Manchuria cuando ya se adivinaba el final y el resultado de la Segunda Guerra Mundial… Naturalmente, claro.
En Hiroshima, ciudad renacida de las cenizas y los escombros (de hecho, en el jardín de la casa donde nos alojábamos pude ver un perro mapache [nyctereutes procyonoides], curioso animal no doméstico sino silvestre), leí también en su traducción al esperanto la obra “Notas del delta”, de Okada Haru, donde relata con todo tipo de pormenores los primeros momentos, días y semanas tras la explosión de lo que, en su desconocimiento teórico, poco a poco las víctimas fueron denominando “un nuevo tipo de bomba”. Bomba que no se limitaba a destruir y calcinar en un segundo una ciudad entera, como podrían hacerlo un asteroide, un terremoto, una erupción volcánica o el tsunami de las navidades pasadas, sino que además dejaba a los habitantes de las ciudades atacadas el regalo envenenado de la radioactividad, el cáncer, los tumores, malformaciones y mutaciones, pesadilla que todavía no ha concluido.
A los que os interese el tema, os recomiendo la siguiente página web que no tiene desperdicio:
http://en.wikipedia.org/wiki/Atomic_bombings_of_Hiroshima_and_Nagasaki
El día 27 proseguimos nuestro viaje hasta Fukuoka. De los tres últimos días mencionaré nuestra visita al volcán Aso, cerca de Kumamoto, en compañía del señor Kino, otro esperantista muy simpático (y que, de niño, pudo ver desde su ciudad el hongo atómico sobre Nagasaki, a unos 100 km de distancia, una horrible masa ascendente de humo rojo y negro). Al igual que en el Teide o en Santorini, la antigua caldera o cráter del Aso primitivo se derrumbó en tiempos remotos dando lugar a una cadena montañosa de forma circular que circunda un valle, dentro del cual han surgido a su vez las calderas humeantes de los nuevos volcanes, entre ellos el monte Aso propiamente dicho, así como varios pueblos irreflexivos y temerarios que viven de la agricultura y el turismo. Fuimos un lunes frío y soleado, día de pocas visitas. Al llegar al borde exterior del gran cráter, el bosque de coníferas desaparecía en favor de un paisaje amarillo como el de las dehesas extremeñas en pleno verano, pero en este caso en invierno y con pendiente pronunciada. Después, por otra carretera, descendimos al valle y subimos al nuevo Aso, si bien no pudimos asomarnos al borde del cráter porque el último tramo de la carretera estaba cortado dada la dirección del viento, que lleva consigo las emanaciones venenosas del volcán. Me atrevo a mostraros un pseudohaiku facilón basado en un juego de palabras: en esperanto y en un registro literario, la palabra “aso” puede significar “el (tiempo) presente”:
“Aso”
Vulkano Aso
pensigas min pri iso
kaj ech pri oso.
[27.2?]
(“Aso”: El volcán Aso / me hace pensar en el pasado / e incluso en el futuro.)
Tanto en Tokio como en Fukuoka di charlas informales en esperanto sobre la Unión Europea desde el punto de vista o de partida de la interpretación; después de las charlas hubo cenas, cómo no, en Kumamoto incluso sin charla previa. En la de Fukuoka, entre brindis y brindis, los comensales no sólo escucharon divertidos e interesados mis diversos tankas, sino que uno de ellos, miembro del Club del Haiku (en internet) me animó a que improvisara alguno. Como quiera que otro de los asistentes nos había preguntado a Chen y a mí por el secreto de la felicidad en el matrimonio (¡tan pronto!), y aprovechando la comparación que se me había ocurrido en una conversación con el señor Nisida, compuse el siguiente tanka que luego retoqué para dar cabida al juego de palabras visual, caligramático:
"VIVI"
Geedza paro
felichos ech jarmilon
se ghi alterne
jen dise-kune VIVos
simile ventumilon.
[Fukuoka, 27.2]
(“VIVIr”: Un matrimonio / será feliz mil años / si alternativamente / VIVen, ahora separados, luego juntos, / como un abanico.)
No sé si llamarlo declaración de intenciones, wishful thinking, hacer de la necesidad virtud, o de tripas corazón…
Con esto termina el viaje a Japón, pero no la luna de miel, porque faltan Taipei, y Pingtung, y lo que quede por venir… Si me preguntáis por lo mejor del Japón (no de este viaje en particular), para mí, quizás el don(buri), ese plato que consiste en un cuenco de tamaño mediano o grande lleno de arroz blanco con una textura, aroma y sabor que sólo se encuentran allí, y cubierto con una capa de sashimi de atún, o de filetes de anguila, de tempura de marisco o verduras, o lo que apetezca. Ah, qué inmenso placer… (al igual que en la paella, lo mejor es el arroz). Y un deseo para el futuro: otro baño caliente al aire libre durante una nevada en las montañas, pero mixto, con Chen, y con un chupito de sake en la mano para vivir eso que en japonés se denomina “yukimizake”: ver [“mi”] la nieve [“yuki”] bebiendo vino de arroz.
Así que el 2 de marzo aterrizamos en Taoyuen y nos vamos a casa de nuestro amigo, el renombrado cocinero Jimmy Chin, cuyos tres restaurantes, antes llamados “Vanilla” y ahora “Amor y Pan” (en español castizo), van viento en popa. El de su propia casa, que sólo abre por las tardes, es más bien café y tetería con repostería occidental; el segundo de Taoyuen, abierto todo el día y con más mesas, sirve también ensaladas y pasta; el tercero y más reciente, en Taipei, ofrece comida inspirada en la cocina española pero con sabores y presentaciones muy diferentes, como en el caso de las sorprendentes gambas con salsa de chocolate.
El día 5 por la mañana escribo en la libreta:
Bonvena shangho:
senhasta kaj abunda
la matenmangho.
(Bienvenido cambio: / sin prisas y abundante / el desayuno.)
En Taipei, aparte de quedar con amigos e ir al cine a ver “Finding Neverland” (no creo que en España se hayan atrevido a traducir el título como “A la búsqueda de la Tierra de Nunca Jamás”), que, por cierto, me obligará a buscar y leer “Peter Pan”, también ocurrió algo digno de mencionar. La noche del 5 al 6 de marzo, a las 3h06 y 3h07 de la madrugada, dos temblores de tierra diferentes pero casi simultáneos (lo que al parecer resulta muy infrecuente por estos pagos), con epicentro en la región de Ilan y Suao e intensidad de 5.9, sacudieron también nuestro apacible sueño en Taoyuen. Su efecto, amortiguado por la distancia, se redujo a despertarnos y a hacer que temblaran los muebles del cuarto pero sin que cayeran objetos al suelo. Yo, la verdad, me acojoné bastante, sobre todo con el segundo temblor, de modo que pusimos en práctica lo de protegerse debajo del hueco o quicio de una puerta. Al rato volvimos a la cama mientras se oían ladridos de perros en el vecindario y el sonido de alguien que abría su coche con el telemando; al final, cuando el silencio volvió a imperar no turbado por vehículos o bichos, caímos de nuevo presos del sueño.
Y ahora ya estamos en Pingtung. Yo, contento por haber terminado este reportaje, lo que me permitirá pasar más tiempo junto a “mi” templo leyendo o dibujando, aunque me temo que al haberlo elegido para algunas de las fotos de nuestro álbum nupcial haya(mos) contribuido a que se perturbe su paz al margen del espacio tridimensional en el que se desarrolla la vida mundana y social: parece que al fotógrafo le gusta el decorado, pues ayer me lo encontré allí de nuevo haciéndole fotos a otra pareja de inminentes o recién casados.
Termino con un último tanka, sin relación alguna evidente con todo lo anterior, “escrito” ayer mismo mientras me despertaba y levantaba de la cama:
"Miraklo"
La mondon regas
la sankta seksdiino.
Chiusekunde
shi faras oron lano
kaj akvon rugha vino.
[Pingtung, 8.3]
("Milagro": Gobierna el mundo / la santa diosa del sexo. / Cada segundo / transforma el oro en lana / y el agua en vino tinto.)
¡Salud y poesía!
El día 25 dejamos Kioto y nos fuimos al sur. Llegamos a Hiroshima a mediodía y disponíamos antes de nuestra cita de un par de horas para visitar el imprescindible museo de la paz y memorial de la explosión atómica. El año pasado, aparte de ver dos magníficas películas de los años 50 del director japonés Ozu (“Cuentos de Tokio” y “Buenos días”, que inspira uno de mis poemas en “Saturno”), también me leí de un tirón, solo en la habitación del hospital la víspera de mi operación de dolicomegasigma, la obra “Hiroshima, mon amour”, de Marguerite Duras, cuya versión cinematográfica por Alain Resnais, igualmente interesante, había visto meses antes en Estrasburgo. Y ahora estábamos Chen y yo en los mismos lugares en que se rodó este filme, 60 años después de que el Enola Gay dejara caer al mortífero Little Boy a un centenar de metros de allí.
Camino de Hiroshima y en la propia ciudad, había garabateado tres tankas en mi cuaderno. No son nada, una superficialidad ante la magnitud de lo ocurrido, herida todavía abierta en la consciencia de muchos japoneses aunque me temo que no en la conciencia de tantos norteamericanos. Y, sin embargo, me niego a censurarlos. Son tal vez un primer paso hacia algo que puede que escriba en otra ocasión. No son casi nada, pero algo son:
“Datreveno”
1
Jam sesdek jaroj
pasis de l’ granda krimo,
kiam Usono
kovarde kaj barbare
cindrigis Hiroshimon.
2
Urbon cindrigi?
Nur ludo por infanoj.
Premi butonon
kaj en flamojn transformi
la vivojn de l’ urbanoj.
3
Atombombitaj
Hiroshim’, Nagasako,
ne malesperu
char Uson’ vin omaghas
persiste en Irako.
[Hiroshima, 25-26.2]
(“Aniversario”: 1 Sesenta años / han pasado ya del gran crimen, / cuando los Estados Unidos / de modo vil y bárbaro / redujeron a cenizas a Hiroshima. // 2 ¿Reducir a cenizas una ciudad? / Un juego de niños. / Pulsar un botón / y transformar en llamas / las vidas de sus ciudadanos. // 3 Hiroshima y Nagasaki / destruidas por la bomba atómica, / no desesperéis / porque los Estados Unidos os homenajean, / pertinaces, en Iraq.)
Dos horas en el museo pasan volando y no se olvidan. Como os decía, allí se consumó un gran experimento de las ciencias no sólo naturales sino también sociales, con 400.000 cobayas. No bastaba el bombardeo convencional sistemático que pretendía estudiar, por ejemplo, si la tercera ciudad del Japón seguiría manteniendo el tercer puesto de la lista en la posguerra después de haber sido destruida, pongamos, en un 75%, o la quinta ciudad una vez arrasada en un 80%. ?¿De qué se trataba? ¿De probar la bomba y sus efectos? ¿De amortizar las sumas ya gastadas? ¿De que capitulara Japón y, de paso, de disuadir y acojonar a la Unión Soviética y al resto del planeta? ¿De escribir una página en los libros de historia donde se habla de los valores de Occidente y de la supremacía democrática de los Estados Unidos? ¿Por qué, dos años antes de la derrota de la Alemania nazi, se había decidido ya usar la bomba atómica no contra los alemanes sino contra los japoneses? ¿Y por qué destruir así, sin advertir a sus habitantes (que disfrutaban de una inexplicable, sospechosa y pérfida tregua en los bombardeos), una ciudad y no una zona militar o despoblada? ¿Por qué repetir la hazaña tres días más tarde en Nagasaki? ¿Sería, como escribe Rafael Sánchez Ferlosio, que “cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”?
Naturalmente, el cerebro privilegiado de Einstein había sentado las bases del conocimiento de la energía nuclear (y de mucho más) a principios del siglo pasado; naturalmente, los científicos expulsados o huidos de Alemania por judíos temían que Hitler consiguiera la bomba, y convencieron a Roosevelt para que los Estados Unidos se adelantasen, cosa que éstos lograron; naturalmente, los japoneses habían hecho de las suyas a diestro y siniestro en toda Asia, y probablemente no habrían dudado en usar armas atómicas de haber contado con ellas; naturalmente, los soviéticos declararon la guerra al Japón atacando Manchuria cuando ya se adivinaba el final y el resultado de la Segunda Guerra Mundial… Naturalmente, claro.
En Hiroshima, ciudad renacida de las cenizas y los escombros (de hecho, en el jardín de la casa donde nos alojábamos pude ver un perro mapache [nyctereutes procyonoides], curioso animal no doméstico sino silvestre), leí también en su traducción al esperanto la obra “Notas del delta”, de Okada Haru, donde relata con todo tipo de pormenores los primeros momentos, días y semanas tras la explosión de lo que, en su desconocimiento teórico, poco a poco las víctimas fueron denominando “un nuevo tipo de bomba”. Bomba que no se limitaba a destruir y calcinar en un segundo una ciudad entera, como podrían hacerlo un asteroide, un terremoto, una erupción volcánica o el tsunami de las navidades pasadas, sino que además dejaba a los habitantes de las ciudades atacadas el regalo envenenado de la radioactividad, el cáncer, los tumores, malformaciones y mutaciones, pesadilla que todavía no ha concluido.
A los que os interese el tema, os recomiendo la siguiente página web que no tiene desperdicio:
http://en.wikipedia.org/wiki/Atomic_bombings_of_Hiroshima_and_Nagasaki
El día 27 proseguimos nuestro viaje hasta Fukuoka. De los tres últimos días mencionaré nuestra visita al volcán Aso, cerca de Kumamoto, en compañía del señor Kino, otro esperantista muy simpático (y que, de niño, pudo ver desde su ciudad el hongo atómico sobre Nagasaki, a unos 100 km de distancia, una horrible masa ascendente de humo rojo y negro). Al igual que en el Teide o en Santorini, la antigua caldera o cráter del Aso primitivo se derrumbó en tiempos remotos dando lugar a una cadena montañosa de forma circular que circunda un valle, dentro del cual han surgido a su vez las calderas humeantes de los nuevos volcanes, entre ellos el monte Aso propiamente dicho, así como varios pueblos irreflexivos y temerarios que viven de la agricultura y el turismo. Fuimos un lunes frío y soleado, día de pocas visitas. Al llegar al borde exterior del gran cráter, el bosque de coníferas desaparecía en favor de un paisaje amarillo como el de las dehesas extremeñas en pleno verano, pero en este caso en invierno y con pendiente pronunciada. Después, por otra carretera, descendimos al valle y subimos al nuevo Aso, si bien no pudimos asomarnos al borde del cráter porque el último tramo de la carretera estaba cortado dada la dirección del viento, que lleva consigo las emanaciones venenosas del volcán. Me atrevo a mostraros un pseudohaiku facilón basado en un juego de palabras: en esperanto y en un registro literario, la palabra “aso” puede significar “el (tiempo) presente”:
“Aso”
Vulkano Aso
pensigas min pri iso
kaj ech pri oso.
[27.2?]
(“Aso”: El volcán Aso / me hace pensar en el pasado / e incluso en el futuro.)
Tanto en Tokio como en Fukuoka di charlas informales en esperanto sobre la Unión Europea desde el punto de vista o de partida de la interpretación; después de las charlas hubo cenas, cómo no, en Kumamoto incluso sin charla previa. En la de Fukuoka, entre brindis y brindis, los comensales no sólo escucharon divertidos e interesados mis diversos tankas, sino que uno de ellos, miembro del Club del Haiku (en internet) me animó a que improvisara alguno. Como quiera que otro de los asistentes nos había preguntado a Chen y a mí por el secreto de la felicidad en el matrimonio (¡tan pronto!), y aprovechando la comparación que se me había ocurrido en una conversación con el señor Nisida, compuse el siguiente tanka que luego retoqué para dar cabida al juego de palabras visual, caligramático:
"VIVI"
Geedza paro
felichos ech jarmilon
se ghi alterne
jen dise-kune VIVos
simile ventumilon.
[Fukuoka, 27.2]
(“VIVIr”: Un matrimonio / será feliz mil años / si alternativamente / VIVen, ahora separados, luego juntos, / como un abanico.)
No sé si llamarlo declaración de intenciones, wishful thinking, hacer de la necesidad virtud, o de tripas corazón…
Con esto termina el viaje a Japón, pero no la luna de miel, porque faltan Taipei, y Pingtung, y lo que quede por venir… Si me preguntáis por lo mejor del Japón (no de este viaje en particular), para mí, quizás el don(buri), ese plato que consiste en un cuenco de tamaño mediano o grande lleno de arroz blanco con una textura, aroma y sabor que sólo se encuentran allí, y cubierto con una capa de sashimi de atún, o de filetes de anguila, de tempura de marisco o verduras, o lo que apetezca. Ah, qué inmenso placer… (al igual que en la paella, lo mejor es el arroz). Y un deseo para el futuro: otro baño caliente al aire libre durante una nevada en las montañas, pero mixto, con Chen, y con un chupito de sake en la mano para vivir eso que en japonés se denomina “yukimizake”: ver [“mi”] la nieve [“yuki”] bebiendo vino de arroz.
Así que el 2 de marzo aterrizamos en Taoyuen y nos vamos a casa de nuestro amigo, el renombrado cocinero Jimmy Chin, cuyos tres restaurantes, antes llamados “Vanilla” y ahora “Amor y Pan” (en español castizo), van viento en popa. El de su propia casa, que sólo abre por las tardes, es más bien café y tetería con repostería occidental; el segundo de Taoyuen, abierto todo el día y con más mesas, sirve también ensaladas y pasta; el tercero y más reciente, en Taipei, ofrece comida inspirada en la cocina española pero con sabores y presentaciones muy diferentes, como en el caso de las sorprendentes gambas con salsa de chocolate.
El día 5 por la mañana escribo en la libreta:
Bonvena shangho:
senhasta kaj abunda
la matenmangho.
(Bienvenido cambio: / sin prisas y abundante / el desayuno.)
En Taipei, aparte de quedar con amigos e ir al cine a ver “Finding Neverland” (no creo que en España se hayan atrevido a traducir el título como “A la búsqueda de la Tierra de Nunca Jamás”), que, por cierto, me obligará a buscar y leer “Peter Pan”, también ocurrió algo digno de mencionar. La noche del 5 al 6 de marzo, a las 3h06 y 3h07 de la madrugada, dos temblores de tierra diferentes pero casi simultáneos (lo que al parecer resulta muy infrecuente por estos pagos), con epicentro en la región de Ilan y Suao e intensidad de 5.9, sacudieron también nuestro apacible sueño en Taoyuen. Su efecto, amortiguado por la distancia, se redujo a despertarnos y a hacer que temblaran los muebles del cuarto pero sin que cayeran objetos al suelo. Yo, la verdad, me acojoné bastante, sobre todo con el segundo temblor, de modo que pusimos en práctica lo de protegerse debajo del hueco o quicio de una puerta. Al rato volvimos a la cama mientras se oían ladridos de perros en el vecindario y el sonido de alguien que abría su coche con el telemando; al final, cuando el silencio volvió a imperar no turbado por vehículos o bichos, caímos de nuevo presos del sueño.
Y ahora ya estamos en Pingtung. Yo, contento por haber terminado este reportaje, lo que me permitirá pasar más tiempo junto a “mi” templo leyendo o dibujando, aunque me temo que al haberlo elegido para algunas de las fotos de nuestro álbum nupcial haya(mos) contribuido a que se perturbe su paz al margen del espacio tridimensional en el que se desarrolla la vida mundana y social: parece que al fotógrafo le gusta el decorado, pues ayer me lo encontré allí de nuevo haciéndole fotos a otra pareja de inminentes o recién casados.
Termino con un último tanka, sin relación alguna evidente con todo lo anterior, “escrito” ayer mismo mientras me despertaba y levantaba de la cama:
"Miraklo"
La mondon regas
la sankta seksdiino.
Chiusekunde
shi faras oron lano
kaj akvon rugha vino.
[Pingtung, 8.3]
("Milagro": Gobierna el mundo / la santa diosa del sexo. / Cada segundo / transforma el oro en lana / y el agua en vino tinto.)
¡Salud y poesía!
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