22.8.04

experiencia patafísica

Ya llevo tres semanas largas por aquí. Hoy es domingo, 22 de agosto, día de los enamorados en Taiwán por decisión de los grandes almacenes (alma tienen bien poca, por cierto). ¿A nadie le suena todo esto?

Los taiwaneses en general me tratan bien, con alguna excepción. Y, de momento, no han intentado timarme. Una noche entré a cenar, yo solo, a una casa de comidas budista-vegetariana; comí muy bien, y luego la señora me regaló un manojo de "ojos de dragón", esa fruta parecida al lichi pero que, sin pelar, es como un pariente más pequeño, duro y menos peludo que el kiwi (en chino se llama "longyan").

El otro día una conductora casi me atropella mientras montaba en bicicleta, si bien es cierto que hace un par de días yo casi "me llevo un coche por delante". Me temo que todo buen conductor español tendría dificultades para seguir conduciendo bien en Taiwán, y desde luego a cualquier guardia de tráfico de la Península le daría un infarto con ver cómo se saltan a la torera gran parte del código de circulación: enjambres de motocicletas que, como mosquitos, salen de todas partes, en todas direcciones, cruzando a veces la calle en sentido contrario (sobre todo en Kaohsiung, gran ciudad; aquí en Pingtung hay menos tráfico y, por tanto, el caos es menor); familias enteras (con dos o tres niños y uno o los dos padres) a lomos de una moto; adelantamientos no ya por la derecha, sino en zigzag...

Ayer tuve una experiencia patafísica. En la filmoteca o museo del cine de Kaohsiung (por cierto, no se olviden de mirar en el atlas dónde se encuentran estas ciudades) ponían, gratis, "Lost in translation", que yo ya había visto en Estrasburgo, pero Chen no. Resulta que no se podía entrar con comida, fumando, ni tampoco en chanclas (yo llevaba esas tan chulas, regalo de Silvia). Algo sorprendente en un país tropical, en verano, más aun teniendo en cuenta que el calzado descubierto de mujer o unas simples sandalias con una tira que sujete detrás del tobillo no suponían ningún impedimento para entrar. Pero las normas son las normas, así que, tras descartar la idea de comprarme calzado para volver a ver la peli, decidimos que, mientras Chen la veía, yo me quedaba leyendo en un café. El libro: "La vuelta al mundo en 81 días", de Manuel Leguineche. En un café muy agradable en la esquina de la avenida Wufu con el Ai He, el Río del Amor. Me senté en el interior para huir del ruido de las motos. Desde mi mesa podía disfrutar del espectáculo de un señor que, en una de las mesas de la terraza, dibujaba con carboncillo, copiando una foto de un óleo de M@net sobre un pueblo europeo con campanario, a orillas de un río. Muy interesante. Acabé charlando con él.

Bueno, esta noche iremos a un concierto de piano con Chiung Yao, nuestra amiga pianista. Seguiremos informando.

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