30.8.04

el tofu en casa

Antes de que se me olvide, lo de las medallas de oro iba en serio. No sé cómo pude escribir "de horo", con hache de hacha. Si eso no es un lapsus, que venga Freud y lo vea.

Kathryn me pregunta si las familias todavía hacen tofu en casa. No creo, al menos no en las ciudades (en Europa tampoco suele hacerse ya el pan en casa, ni la masa para las pizzas, por ejemplo). Aquí impera el consumismo; en ninguna calle mediana de cualquier ciudad taiwanesa queda libre un local ni un centímetro cuadrado de acera donde no se venda u ofrezca algo; por todas partes hay tiendas, y puestos o casas de comidas (no son exactamente restaurantes, ni bares, pero tampoco me atrevo a llamarlas tascas o mesones). Y los supermercados son el no va más. Por eso supongo que resulta más fácil comprar el tofu en el Carrefour (hay uno aquí en Pingtung), al igual que mucha gente adquiere tallarines instantáneos y comida preparada.

En cuanto a la comida, ya no me parece tan sana como durante mi primera visita, hace dos años y medio. Me sigue pareciendo variada desde el punto de vista de la diversidad de ingredientes y de platos (es decir, combinaciones de ingredientes), aunque otro estómago menos tolerante o menos acomodaticio podría decir que todo le parece o le sabe igual. Ahora bien, no es lo mismo comer como turista gastronómico, de restaurante en restaurante, siempre a la carta, como MVM o el insoportable e impresentable de Ferrá Adriá, que alimentarse en los puestos o casas de comidas donde lo hace la mayor parte de la población; en los mercados nocturnos, con ambiente similar al de las ferias, con tenderetes que ofrecen zumos, tofu, perritos calientes (con "pan" de arroz), morcilla (de arroz y sangre de cerdo o pato, pero no embutida en piel sino ensartada en un palo, como un polo) untada con cierta salsa y espolvoreada con cacahuete en polvo, o buñuelos rellenos de taro (tubérculo tropical), así como todo tipo de carnes fritas o salteadas, tortillas (de ostra, por ejemplo), o chorizos y salchichas formosianas... Nada que ver con la cocina japonesa, más ligera y saludable. En el fondo, me recuerda más a la fritanga española de toda la vida (lo de la dieta mediterránea me temo que es un mito bienintencionado para vender más vino y aceite de oliva).

Tema aparte es el cocido taiwanés; uno bueno, de marisco, de verdura o de carne de cabra (mi favorito), en agradable compañia, es algo que recomiendo sin reservas.

Por cierto, ayer almorzamos con unos amigos de Chen en Changhua, al sur de Taichung, en un restaurante japonés muy bien puesto. Los amigos pidieron un gran número de pequeños platos, desde caracoles cuya concha parece media canica o la lentilla de Polifemo, a unas ostras gigantes (no como las pequeñas que se utilizan para las tortillas) traídas, al parecer, de Australia. Yo las había comido ya en Galicia y en Croacia, de esas vivas que se retuercen en la concha al bautizarlas con un chorrito de limón, pero éstas eran mucho mayores, tanto que resultaron vanos mis esfuerzos para despegarlas con el hocico y tuve que ayudarme malamente con los palillos (estaban crudas, pero, por suerte, no vivas como en Europa; de otro modo, Zeus sabe quién hubiera devorado a quíen y cuál habría sido el resultado de la contienda).

Hace días escribía sobre la familia tradicional. Otra cuestión es la de la situación de la mujer. Aquí también han cambiado bastantes cosas en las últimas décadas, sobre todo en las grandes ciudades. Cada vez hay más mujeres que trabajan, y me da la impresión de que las mujeres taiwanesas no se encuentran sometidas al dictado de los "hombres de la casa" de igual modo que, me imagino (y aquí va uno de mis prejuicios, ya que se refiere a un país que sólo conozco de oídas, y no mucho), puedan estarlo en México. Lo que si me resulta muy sorprendente es el elevado número de abuelas (de 70 años o más) que circulan no ya en bicicleta, sino en vespa o en escúter, a veces llevando a otra de paquete, en todas las localidades del país. En España parece que los viejos dejan de conducir y sólo salen a dar un paseo con el bastón para comprar el periódico o los churros (el domingo); lo que desde luego no he visto nunca en la Penísula es tanta anciana motorizada, autónoma y semoviente.

Cambiando de franja de edad, parte de las adolescentes urbanas taiwanesas han importado de Japón la moda de ponerse medias-calcetines negras, transparentes, por debajo de la rodilla. Quizás a alguien ese aspecto (no sé de qué, ya que no de colegiala) le resulte sexy; a mí me recuerda a las abuelas de los pueblos de España, vestidas de negro hasta las orejas, con moño y faja o refajo.

Termino con la visita, este domingo, al Museo del Palacio Nacional, en Taipei, que alberga las mejores colecciones de arte chino del mundo (aunque ahora sólo se podía visitar una pequeña parte debido a las obras de acondicionamiento de numerosas salas). Las mejores, no sólo porque son las que se trajo a la isla el gobierno del KMT en 1949, tras haberlas paseado por China continental para que no se las arrebataran los japoneses; las mejores también porque, durante la Revolución Cultural en China en los años 60 (si no me equivoco), mucho fanático comunista se encargó de liquidar obras de arte ahora irrecuperables (llamémosle Efecto Mao 5 Estrellas). Pues bien, aunque recomiendo hacer la visita en día laborable, a ser posible en otoño o invierno, para eludir a los grupos de turistas japos o yanquis con guías insilenciables que impiden disfrutar en paz de la contemplación de objetos milenarios, con eso y con todo quedé impresionado: piezas de metal, o de jade, de más de 3000 años, no sólo los caprichos horteras de los emperadores, sino también armas, calderos, jarras para vino, sellos... Y a mí, que voy aprendiendo con gran esfuerzo la lectura y escritura del chino, me agradó poder reconocer, leer, algunos caracteres escritos, grabados o tallados hace 2500 años, cuando todavía no habían llegado al grado de estilización (y amaneramiento) de nuestros días.

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