4.4.09

"Koploj kaj filandroj" (nuevo libro de poemas)

Acaba de aparecer mi nuevo libro de poemas en esperanto Koploj kaj filandroj (pronúnciese la –j como la –y de “hay” o de “hoy”; las dos palabras son llanas). Mientras los 3 anteriores se publicaron en Rotterdam, ahora se trata de la editorial Mondial, sita en Nueva York, y pueden adquirirse también por medio de Amazon y otras librerías virtuales, no sólo a través del cuasiclandestino circuito librero del escurridizo mundillo del esperanto.


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En cuanto al título, “koploj” son “coplas”. ¿Y “filandroj”? Como en francés “filandres” o “fils de la vierge” (hilos de la virgen), en portugués “filandras” o en inglés “gossamer”, se trata de hilos blancos y finos producidos por ciertos tipos de araña y que, sin formar parte de su tela o nido, flotan en el aire al final del verano (las arañas los utilizan para desplazarse). A falta de un equivalente preciso (en castellano “filandras” sólo se refiere a unos gusanos filamentosos que parasitan el aparato digestivo de las aves rapaces), y a semejanza de expresiones muy castizas como “telaraña” e “hijoputa”, me atreveré a inventar una palabra que me permita traducir el título: Coplas e hilarañas.

(Aunque no se ve muy bien, si pinchas en la imagen de la portada para ampliarla podrás ver a una arañita al final de su hilaraña, encima de la letra "o" de la palabra "filandroj".)

2.4.09

avispofilia

Retomo la última imagen de la entrada sobre avispas para contaros de dónde, o más bien de cuándo procede mi avispofilia (no confundir con arzobispofobia, ingenioso título de un divertido CD de Mamá Ladilla).


Hará unos 30 años, cuando vivía en la calle Chantada del barrio del Pilar, recién llegado a Madrid, a un amigo nuestro algo mayorcete llamado Raúl (q.e.p.d.) le picó una avispa en la muñeca al principio del verano. Para vengarlo, la pandilla de chavales nos pusimos a matar avispas en la calle, en los charcos y jardines así como en los solares de detrás del edificio. Debíamos de matar cada uno de los diez o doce chavales otras tantas avispas al día, primero con palos y luego con la mano (esto último sólo uno o dos amigos y yo, si no recuerdo mal). Un día vi una avispa en la hierba, le di un golpe rápido con la palma de la mano y, al ver que había fallado y que todavía se movía, dirigí la mano de nuevo contra ella; entre tanto la avispa tuvo tiempo de revolverse de modo que consiguió clavarme el aguijón en el dedo corazón de la mano derecha. Supongo que acertó en alguna venilla o capilar, porque desde entonces sigo teniendo la marca de la hinchazón en ese dedo. El caso es que la muy cabrona se ganó mi respeto. A partir de entonces mi amigo Alberto y yo golpeábamos a las avispas con suavidad sólo para aturdirlas y poder cogerlas de las alas con los dedos, de forma que su aguijón no pudiera tocarnos más que las uñas. Luego las introducíamos en cajas de cartón con ventanucos, portezuelas etc de vidrio o de plástico transparente, y supongo que las alimentábamos o que nos entreteníamos de algún modo con ellas...



Y aquí tenemos la foto completa de la que extraje el detalle del dedo, con Lea a la izquierda.