Si queréis ver un tifón en acción justo encima de Taiwán, no tenéis más que hacer clic con el ratón en el enlace llamado meteofilm Taiwán a la derecha de esta columna [un día después de escribir esas líneas, el sábado 18, el tifón Sepat ya se dirige hacia China]. (Observad también que he añadido una nueva columna con etiquetas temáticas). Ayer a mediodía, en el breve espacio No comment (Sin comentarios) que precede al pronóstico meteorológico y a las noticias en Euronews, emitieron imágenes de Pingtung inundada, aunque se trataba más bien de terrenos llanos en el condado o distrito de igual nombre que de la propia ciudad. La verdad es que algunas imágenes, de cutres que eran, resultaban deprimentes como tarjeta de presentación para gentes que nunca hayan estado allí. Pero así es la tele y así es la vida, amigos.
El mismo día, es decir ayer, Chen y yo recibimos invitaciones para ir a ver a un grupo de danza taiwanés en el Cuartel del Conde Duque. Se trata, en efecto, de la compañía Legend Lin Dance Theater, de Taiwán (y no de China como indican algunas páginas web españolas relativas al ocio y el espectáculo). Presentan del 16 al 19 de agosto su obra Miroirs de Vie (Espejos de vida), con duración de 1 hora y 40 minutos sin intermedio. Empezaba a las diez de la noche, y ninguno de los dos sabíamos lo que nos íbamos a encontrar salvo lo leído en el cuadernillo que repartían a la entrada. He de decir que, excepto por la incomodidad de los asientos (a pesar de que estábamos muy bien situados), más propios de la estación de Chamartín o de una parada de autobús interurbano, y pese a que tuvimos algo de frío debido a este inusualmente fresco agosto madrileño, pues bien, disfrutamos mucho del espectáculo.
Si tenéis ocasión de verlo en las dos noches que quedan, adelante (claro que a nosotros nos salió gratis y no tuvimos que pagar entre 20 y 30 euretes por barba). Ahora bien, no esperéis encontrar lo que normalmente se entiende por danza, ni mucho menos una demostración de destreza pernil como la de algunos bailaores flamencos o los irlandeses de Riverdance (esa pesadilla); Espejos de vida comparte con la danza la utilización del cuerpo humano semidesnudo como materia para el arte, para la expresión plástica. Los movimientos de las personas que ocupan el escenario, sin embargo, son lentos, extremadamente lentos, como a cámara lenta, durante casi la totalidad de la representación. No hay, pues, apenas interrupciones. Imperceptiblemente van cambiando las constelaciones formadas por esas figuras humanas y, por tanto, también las situaciones que representan. De pronto nos damos cuenta de que tal cuerpo se ha desplazado o ha cambiado de postura, sin que hayamos sido conscientes de un movimiento que, sin prisa alguna, se desarrollaba delante del público espectador. Sólo en el último tercio asistimos a algo semejante a lo que aquí se entiende por danza, ejecutada por hombres (¿bailarines?) fornidos, musculosos, que parecen encarnar un Taiwán aborigen frente a la femenina y sensual Formosa de cultura china.
Tampoco creo que se trate exactamente de teatro. Para empezar, no hay verdaderos personajes, ni acción (entendida como actuación, en lugar de narración, de una historia), ni diálogos. El propio espacio del escenario, negro y sombrío, me hacía pensar en un templo. Más bien se trata de una escenificación de diversos ritos taoístas (no del taoísmo como filosofía sino como religión tradicional, con su panteón equivalente a nuestro santoral, su folklore y procesiones). Podríamos compararlo, más que con las procesiones de Semana Santa en muchos lugares de España, con el hecho de que un artista cante, sobre el escenario, una saeta: la versión artística de algo más profundo, una expresión o manifestación de espiritualidad.
Me pregunto si todos los espectadores llegaron a impresiones y conclusiones semejantes. Sillas aparte, emocionalmente hablando no me sentí incómodo en ningún momento. Reconozco que algunos episodios me recordaban ceremonias concretas a las que había asistido en Taiwán, como el festival de los fantasmas en que se echan al cauce de los ríos pequeñas barquitas con una vela encendida en cada una de ellas; o los rituales funerarios en que se quema dinero falso como ofrenda para los dioses o para los que ya se encuentran en el mundo de ultratumba. Tal vez por ello pensé en un determinado momento que no bastaba con ver la obra, sino que también, y al mismo tiempo, había que leerla.