17.8.07

Taiwán en Madrid

Si queréis ver un tifón en acción justo encima de Taiwán, no tenéis más que hacer clic con el ratón en el enlace llamado meteofilm Taiwán a la derecha de esta columna [un día después de escribir esas líneas, el sábado 18, el tifón Sepat ya se dirige hacia China]. (Observad también que he añadido una nueva columna con etiquetas temáticas). Ayer a mediodía, en el breve espacio No comment (Sin comentarios) que precede al pronóstico meteorológico y a las noticias en Euronews, emitieron imágenes de Pingtung inundada, aunque se trataba más bien de terrenos llanos en el condado o distrito de igual nombre que de la propia ciudad. La verdad es que algunas imágenes, de cutres que eran, resultaban deprimentes como tarjeta de presentación para gentes que nunca hayan estado allí. Pero así es la tele y así es la vida, amigos.

El mismo día, es decir ayer, Chen y yo recibimos invitaciones para ir a ver a un grupo de danza taiwanés en el Cuartel del Conde Duque. Se trata, en efecto, de la compañía Legend Lin Dance Theater, de Taiwán (y no de China como indican algunas páginas web españolas relativas al ocio y el espectáculo). Presentan del 16 al 19 de agosto su obra Miroirs de Vie (Espejos de vida), con duración de 1 hora y 40 minutos sin intermedio. Empezaba a las diez de la noche, y ninguno de los dos sabíamos lo que nos íbamos a encontrar salvo lo leído en el cuadernillo que repartían a la entrada. He de decir que, excepto por la incomodidad de los asientos (a pesar de que estábamos muy bien situados), más propios de la estación de Chamartín o de una parada de autobús interurbano, y pese a que tuvimos algo de frío debido a este inusualmente fresco agosto madrileño, pues bien, disfrutamos mucho del espectáculo.

Si tenéis ocasión de verlo en las dos noches que quedan, adelante (claro que a nosotros nos salió gratis y no tuvimos que pagar entre 20 y 30 euretes por barba). Ahora bien, no esperéis encontrar lo que normalmente se entiende por danza, ni mucho menos una demostración de destreza pernil como la de algunos bailaores flamencos o los irlandeses de Riverdance (esa pesadilla); Espejos de vida comparte con la danza la utilización del cuerpo humano semidesnudo como materia para el arte, para la expresión plástica. Los movimientos de las personas que ocupan el escenario, sin embargo, son lentos, extremadamente lentos, como a cámara lenta, durante casi la totalidad de la representación. No hay, pues, apenas interrupciones. Imperceptiblemente van cambiando las constelaciones formadas por esas figuras humanas y, por tanto, también las situaciones que representan. De pronto nos damos cuenta de que tal cuerpo se ha desplazado o ha cambiado de postura, sin que hayamos sido conscientes de un movimiento que, sin prisa alguna, se desarrollaba delante del público espectador. Sólo en el último tercio asistimos a algo semejante a lo que aquí se entiende por danza, ejecutada por hombres (¿bailarines?) fornidos, musculosos, que parecen encarnar un Taiwán aborigen frente a la femenina y sensual Formosa de cultura china.

Tampoco creo que se trate exactamente de teatro. Para empezar, no hay verdaderos personajes, ni acción (entendida como actuación, en lugar de narración, de una historia), ni diálogos. El propio espacio del escenario, negro y sombrío, me hacía pensar en un templo. Más bien se trata de una escenificación de diversos ritos taoístas (no del taoísmo como filosofía sino como religión tradicional, con su panteón equivalente a nuestro santoral, su folklore y procesiones). Podríamos compararlo, más que con las procesiones de Semana Santa en muchos lugares de España, con el hecho de que un artista cante, sobre el escenario, una saeta: la versión artística de algo más profundo, una expresión o manifestación de espiritualidad.

Me pregunto si todos los espectadores llegaron a impresiones y conclusiones semejantes. Sillas aparte, emocionalmente hablando no me sentí incómodo en ningún momento. Reconozco que algunos episodios me recordaban ceremonias concretas a las que había asistido en Taiwán, como el festival de los fantasmas en que se echan al cauce de los ríos pequeñas barquitas con una vela encendida en cada una de ellas; o los rituales funerarios en que se quema dinero falso como ofrenda para los dioses o para los que ya se encuentran en el mundo de ultratumba. Tal vez por ello pensé en un determinado momento que no bastaba con ver la obra, sino que también, y al mismo tiempo, había que leerla.

5.8.07

cuerpos

Algunos de los lectores habituales de este blog (o de los correspondientes correos electrónicos colectivos) no consideraban necesaria la inclusión o publicación de las fotografías sobre mi estado tras el accidente doméstico en el que me rompí la nariz. Otros, por el contrario, estaban deseando ver las fotos sin disimular la curiosidad o incluso el morbo. Mis razones para colgarlas en el blog fueron las siguientes: por una parte, si únicamente se lee la frase "me he roto la nariz", uno es incapaz de imaginar y, por tanto, mucho menos de sentir lo que eso significa, y ha de contentarse con una vaga idea, con un eco de lo que realmente ha ocurrido; por otra parte, como me escribió un amigo, si te ocurre algo semejante en una localidad pequeña, todo el mundo se entera en seguida, puedes recibir visitas en el hospital o en casa... pero en una gran ciudad, en este mundo semiglobalizado, casi la única forma de que los conocidos pasen a verte es que los invites a tu parcela en el universo virtual, en el ciberespacio (si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma).

Todo esto viene a cuento del tabú sobre el cuerpo que impera en nuestra cultura capitalista, consumista y derrochadora, el tabú, culto y mito del cuerpo. Como bien explicaban recientemente en un programa televisivo sobre las operaciones de cirugía plástica con motivos estéticos, sobre todo las de pecho (implantes de silicona etc), los medios de comunicación parecen estar obsesionados con la idea del cuerpo, que nos exponen las 24 horas del día de un modo sin duda pornográfico. Ahora bien, se trata de cuerpos irreales, "perfectos" (como el de la modelo Katja Shchekina, a la izquierda de estas líneas), que no envejecen ni enferman, no engordan ni sufren accidentes, no cambian, cuerpos irreales en definitiva. Cuerpos así dan forma a una fantasía sexual colectiva, razón por la cual considero pornográfica esta mitificación del cuerpo, ya que lo convierte en un objeto de deseo imposible e inalcanzable, tanto por quienes estaríamos encantados de beneficiarnos a una supermodelo semejante como por quienes sueñan con tener la misma figura. El resultado no puede ser otro que el de la frustración, el descontento con el cuerpo propio; el despilfarro en engañosos productos y tratamientos que prometen la belleza y juventud eternas (como si se tratase del mismo concepto); la vergüenza, el pudor o el rechazo a contemplar o incluso a convivir con cuerpos ajenos que no respondan a esos cánones consumistas.

4.8.07

lectura palestina

Qué mejor título que Cactus para una lectura en Madrid en julio y agosto... Se trata de una novela escrita en 1976 por la escritora palestina Sahar Khalifeh, y publicada en España por Txalaparta en 1994 (si buscáis en internet la página web de la editorial encontraréis más datos; en cualquier caso, el ISBN es 84-8136-917-9). La tradujo mi amigo Javier Barreda y me la regaló por aquellas fechas. Durante años apenas toqué el libro, supongo que por la pereza que me inspiraba la lectura de novelas, de ficción en prosa, salvo para colocarlo durante un tiempo en el estante de libros con un pie fuera de casa (al que volverá ahora, una vez leído, para que quien quiera pueda retomar el testigo). Hace poco volví a fijarme en él y decidí rescatarlo y llevármelo, junto con otros tres libros, en el viaje a Finlandia, donde empecé a leerlo, 13 años después de su publicación y 31 después de su escritura. No se trata de una gran novela, de una obra maestra de la narrativa contemporánea bla-bla-bla, sino de un testimonio ficcionalizado de la vida, la mala vida, en la Palestina bajo ocupación israelí; de la guerra desigual que allí se libra, y del abandono de los palestinos por parte de nuestros gobiernos democráticos y civilizados; de las razones y los motivos de la violencia que ahora sacude esa región del planeta; etcétera. Habla de seres humanos sometidos, degradados, humillados, ninguneados por el cinismo insolente del estado de Israel, con el apoyo hipócrita e incondicional de los Estados Unidos de Norteamérica y sus vasallos europeos. Personas que, a pesar de todo, se rebelan o resisten, o intentan mirar para otro lado, o se resignan, es decir, que viven, cada uno a su manera, con sus condicionantes y convicciones. Ahora, tres décadas más tarde, tras los años de intifada, de opresión continua, de planes de paz y hojas de ruta, de falsas promesas y expectativas, las cosas siguen igual, si no peor. Me quedo con una frase de la página 74: toda esperanza absoluta es engañosa.