23.9.04

la penúltima

Tranquilos, era la (pen)última crónica. Como ésta, que también es la (pen)última.

Llego a Madrid el lunes por la mañana, y del miércoles al domingo estaré en Maribor, Eslovenia, con lo que seguiré algo liado la semana que viene. Pero luego no os libraréis de mí tan fácilmente.

Mañana por la noche Chen y yo cenamos con su familia en un restaurante. Vienen su hermana mayor con sus dos hijas (que me quieren mucho, o eso dicen), su hermano menor (con el que comparto casa y ya hemos cenado otro par de veces, aparte de haberme tomado yo con él unos cuantos tés y otros tantos güisquis que mejoraron enormemente mi comprensión del chino), su tía (la que tiene una desayunería adonde procuramos ir una vez a la semana), la hija de ésta (algo más joven que Chen) y, quizás, mis futuros suegros. Es como cuando te avisan de la formación de un tifón en el Pacífico: nunca sabes si pasará de largo o si te despertarás de noche con la habitación inundada y con pececitos de colores encima de la cama. Y yo, fiel a la máxima taoista de que la mejor acción es la inacción.

Esta mañana he visitado una casa antigua, estilo Hakka, que han reconstruido y renovado, y, después, una antigua escuela para funcionarios que los japoneses, en su afán de prohibir la enseñanza del chino durante el periodo colonialista de 1895-1945, convirtieron (astutos ellos) en templo dedicado a Confucio, lo que sigue siendo en la actualidad. Este templo sólo se utiliza una vez al año, el próximo martes 28.9, aniversario del nacimiento de Confucio y día del profesor. Me lo voy a perder, pero me quedo con el recuerdo del deterioro que la (in)temperie ocasiona a un templo tan poco frecuentado: columnas de madera con la pintura roja descascarillada, lamidas y raídas por la lluvia y el sol...

PD "Confucio" en chino se dice "Conchi"

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