Hola a todos
... desde Bruselas. Sí, por primera vez en varios años, en lugar de volver religiosamente a Madrid después de cuatro o cinco días de trabajo, he decidido pasar en Bruselas este fin de semana y aceptar la invitación de Dimitri de ir con él en coche a Estrasburgo el lunes por la mañana (cuatro horas en carretera para escuchar buena música y resolver los problemas del mundo, pasando por Luxemburgo).
Como también Meike recibía visita (hola, Meike), no podía quedarme en su casa; por suerte, una colega italiana muy simpática, amiga de Dimitri y Andrea, se ofreció a darme alojamiento (hola, Arianna, y gracias a ti también; te he incluido en la lista a la que envío estos mensajes; si no te interesa demasiado, dímelo y se acabó el problema). Así que ahora me encuentro en su piso, un dúplex abuhardillado en la place Jourdan, donde empiezan los barrios de Bruselas y acaba la impersonal zona comunitaria en la que trabajamos, muy cerca del Centro Albert Borschette, escenario del curso de formación de intérpretes hace ya más de 10 años.
Como suele ser habitual en esta ciudad, en el interior de cada manzana de casas se oculta un gran patio interior dividido en jardines, terrazas y garajes, a menudo con grandes árboles frondosos, lo que contrasta con el aspecto gris y triste de las calles a las que dan muchas de las fachadas. Tras una semana de días frescos pero secos, soleados, hoy el cielo está nublado, a ratos llueve o chispea. Desde la ventana que da a ese gran espacio interior veo el cielo, algunos árboles, escucho el graznar de los cuervos (mi pájaro favorito; ya hablaremos de eso en otra ocasión). Qué tranquilidad. Arianna se fue después del desayuno. Yo he estado leyendo y también escribiendo algunas de esas cosas que se me pasan por la cabeza. Luego he bajado a comer, solo, a un pequeño restaurante tailandés al lado de la plaza: excelente comida (anoche también cené tailandés; bueno, en realidad era cocina indochina, en la rue Lesbroussart, donde pasé mis primeros seis meses en Bruselas, los del curso de formación). Antes de volver a casa he pasado por la chocolatería Neuhaus a por el postre, tres bombones de chocolate belga, el mejor del mundo. Aquí tampoco me ha ocurrido nada especial; mejor dicho, todo lo que me ha ocurrido es especial, y en la mayoría de los casos se ha tratado de cosas ante las que detenía la mirada o que de algún modo me pasaban por la cabeza. Así que os hablaré una vez más de las dos últimas películas que he visto, ambas en el 13 Festival de Cine de España y de América Latina en Bruselas, en la place Flagey, cerca del piso en Champs Élysées donde viví durante unos tres años (¿se escribe así?). El miércoles fui a ver (hola, Pilar) la coproducción italo-franco-brasileña "Orfeu Negro", de Marcel Camus, de 1959, que presenta el mito de Orfeo y Eurídice durante un par de días de carnaval en un Río de Janeiro que probablemente ya no exista; extraña película, con un ritmo fuera de lo común en estos días de cine basura, cine pólvora, cine adrenalina; bellas actrices y bellos actores en una tragedia envuelta en el desenfreno y la alegría carnavalescos. Ayer vimos "El método (Gronholm)", adaptación pretendidamente seria de una obra de teatro de humor negro que aún no he visto y que dudo si iré a ver (siento impulsos contradictorios). La película no se la recomiendo a nadie; empieza bien, pero acaba defraudando y aburriendo, salvo por la actuación de varios de los protagonistas. Pero, en fin, el cine es el cine, y no hay película que no tenga algo bueno, si descontamos "El puente de Varsovia" de Pere Portabella y una de Antonioni sobre no-sé-qué de las nubes con Inés Sastre en uno de sus peores papeles.
Esta noche hay cena, y luego fiesta (un cumpleaños). Mañana ya veremos. Y ahora son las tres, las 15h, es decir, las diez de la noche en Taiwán. Hora de salir de internet y hablar por teléfono...