Anoche, después de tomar unos vinos y un par de tostas y, luego, un té moro con pastelitos de almendra y pistacho...

... fuimos a ver a Tomasito a la sala Caracol.

Estuvo fenomenal, todo energía y alegría: cante y baile flamencoides; guitarra, bajo y batería rockeros (el guitarra me recordaba a Kurt Cobain); y mucho humor, pero no chabacano y gratuito, sino sencillo y simpático, sentido, inmediato.

Tomasito, de Jerez, es puro nervio y fibra (como Iggy Pop a la andaluza), sin la tontería sedimentada de tantos figurones vomitivos de la industria del rock, como el plasta iluminado del Bono de U2 o el impresentable de Sabina.

El público, compuesto por jóvenes de todas las edades y bohemios en mayor o menor medida (según Nuria, había pocos flamencos y aun menos perroflautas), bailaba, aplaudía y, sobre todo, sonreía y reía con el espectáculo.

Creo no haber disfrutado tanto de un concierto desde que vi a Jonathan Richman en Bruselas hace ya algunos años.