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31.5.07

motos... y camino de Kenting

Ver a una madre con sus dos o incluso tres hijos a lomos de una moto es algo muy habitual en Formosa.


Esta toma es desde el coche, camino de la localidad playera de Kenting, en el sur de la isla. El chaval se tapaba la cara o se cachondeaba conmigo.


En esta pensioncita u hotelito (en el segundo piso) nos quedamos un par de noches.


El colmo de lo pijo en Kenting son las pensiones en supuesto estilo griego, en concreto del mar Egeo: blancas y con adornos en pintura azul. El colmo de lo raro supongo que lo eran mis pintas de guiri despistado (ah, no se ven mis chanclas nuevas).


Chen se moja los pies la primera tarde; yo lo hice tres veces, y con la cabeza bajo el agua, para aprovechar el viaje y dar envidia a los sufridos amigos de Madrid.

3.2.05

formosaurio

Confirmado (de momento): retomamos la fecha prevista en un principio, el día 16. Cambiando de tema, hace un par de días hicimos una breve visita a Kaohsiung para buscar la partida de nacimiento de Chen (ah, esos mandarines...). Saltándome una vez más todos mis prejuicios, entramos a comer en un McDonalds, donde al menos sirven pollo frito como les gusta a los taiwaneses, un poco picante. Finalmente opté por una hamburguesa de pollo con pan de arroz: el pan era una masa blanda pero compacta en la que se distinguen todos y cada uno de los granos de arroz, como si de material de embalar se tratase. Estaba bastante buena para ser una hamburguesa. Pues bien, ayer leí que se trata de un nuevo producto recién lanzado por McDonalds, precisamente el día que yo me atreví a probarlo y de momento sólo en Taiwán. Estoy por volver para que me hagan un certificado o diploma, como cuando cruzas el llamado círculo polar ártico en Rovaniemi.

En cuanto a las acuarelas, hoy he copiado del periódico la figura de un diplodoco, pero he decidido bautizar mi dibujo con un nombre más apropiado y cariñoso: Formosaurio.

Ayer también casi me atropella una moto tripulada por tres individuos pertenecientes a esa edad llamada jumentud (de jumento), mientras yo montaba en bicicleta. Cruzaron a dos centímetros de mí a toda hostia, pero por suerte ni me rozaron. La chica, que creo que iba en medio (a lo sandwich, en una especie de menage-a-trois sobre ruedas) soltó un alarido de esos que se entienden aunque no sepas ni jota de chino. Yo, al intentar evitarlos, y gracias a lo torpe y patoso que soy en lo que a la psicomotricidad se refiere, perdí el equilibrio, fui a dar con un coche aparcado y después me caí con todo el equipo hacia el lado contrario. No me pasó nada aparte del susto y de que se salió la cadena de la bici, que luego Chen se encargó de poner en su sitio (si no os habíais dado cuenta, también soy un manazas o, como dicen en Finlandia, tengo el pulgar en mitad de la palma de la mano).

30.8.04

el tofu en casa

Antes de que se me olvide, lo de las medallas de oro iba en serio. No sé cómo pude escribir "de horo", con hache de hacha. Si eso no es un lapsus, que venga Freud y lo vea.

Kathryn me pregunta si las familias todavía hacen tofu en casa. No creo, al menos no en las ciudades (en Europa tampoco suele hacerse ya el pan en casa, ni la masa para las pizzas, por ejemplo). Aquí impera el consumismo; en ninguna calle mediana de cualquier ciudad taiwanesa queda libre un local ni un centímetro cuadrado de acera donde no se venda u ofrezca algo; por todas partes hay tiendas, y puestos o casas de comidas (no son exactamente restaurantes, ni bares, pero tampoco me atrevo a llamarlas tascas o mesones). Y los supermercados son el no va más. Por eso supongo que resulta más fácil comprar el tofu en el Carrefour (hay uno aquí en Pingtung), al igual que mucha gente adquiere tallarines instantáneos y comida preparada.

En cuanto a la comida, ya no me parece tan sana como durante mi primera visita, hace dos años y medio. Me sigue pareciendo variada desde el punto de vista de la diversidad de ingredientes y de platos (es decir, combinaciones de ingredientes), aunque otro estómago menos tolerante o menos acomodaticio podría decir que todo le parece o le sabe igual. Ahora bien, no es lo mismo comer como turista gastronómico, de restaurante en restaurante, siempre a la carta, como MVM o el insoportable e impresentable de Ferrá Adriá, que alimentarse en los puestos o casas de comidas donde lo hace la mayor parte de la población; en los mercados nocturnos, con ambiente similar al de las ferias, con tenderetes que ofrecen zumos, tofu, perritos calientes (con "pan" de arroz), morcilla (de arroz y sangre de cerdo o pato, pero no embutida en piel sino ensartada en un palo, como un polo) untada con cierta salsa y espolvoreada con cacahuete en polvo, o buñuelos rellenos de taro (tubérculo tropical), así como todo tipo de carnes fritas o salteadas, tortillas (de ostra, por ejemplo), o chorizos y salchichas formosianas... Nada que ver con la cocina japonesa, más ligera y saludable. En el fondo, me recuerda más a la fritanga española de toda la vida (lo de la dieta mediterránea me temo que es un mito bienintencionado para vender más vino y aceite de oliva).

Tema aparte es el cocido taiwanés; uno bueno, de marisco, de verdura o de carne de cabra (mi favorito), en agradable compañia, es algo que recomiendo sin reservas.

Por cierto, ayer almorzamos con unos amigos de Chen en Changhua, al sur de Taichung, en un restaurante japonés muy bien puesto. Los amigos pidieron un gran número de pequeños platos, desde caracoles cuya concha parece media canica o la lentilla de Polifemo, a unas ostras gigantes (no como las pequeñas que se utilizan para las tortillas) traídas, al parecer, de Australia. Yo las había comido ya en Galicia y en Croacia, de esas vivas que se retuercen en la concha al bautizarlas con un chorrito de limón, pero éstas eran mucho mayores, tanto que resultaron vanos mis esfuerzos para despegarlas con el hocico y tuve que ayudarme malamente con los palillos (estaban crudas, pero, por suerte, no vivas como en Europa; de otro modo, Zeus sabe quién hubiera devorado a quíen y cuál habría sido el resultado de la contienda).

Hace días escribía sobre la familia tradicional. Otra cuestión es la de la situación de la mujer. Aquí también han cambiado bastantes cosas en las últimas décadas, sobre todo en las grandes ciudades. Cada vez hay más mujeres que trabajan, y me da la impresión de que las mujeres taiwanesas no se encuentran sometidas al dictado de los "hombres de la casa" de igual modo que, me imagino (y aquí va uno de mis prejuicios, ya que se refiere a un país que sólo conozco de oídas, y no mucho), puedan estarlo en México. Lo que si me resulta muy sorprendente es el elevado número de abuelas (de 70 años o más) que circulan no ya en bicicleta, sino en vespa o en escúter, a veces llevando a otra de paquete, en todas las localidades del país. En España parece que los viejos dejan de conducir y sólo salen a dar un paseo con el bastón para comprar el periódico o los churros (el domingo); lo que desde luego no he visto nunca en la Penísula es tanta anciana motorizada, autónoma y semoviente.

Cambiando de franja de edad, parte de las adolescentes urbanas taiwanesas han importado de Japón la moda de ponerse medias-calcetines negras, transparentes, por debajo de la rodilla. Quizás a alguien ese aspecto (no sé de qué, ya que no de colegiala) le resulte sexy; a mí me recuerda a las abuelas de los pueblos de España, vestidas de negro hasta las orejas, con moño y faja o refajo.

Termino con la visita, este domingo, al Museo del Palacio Nacional, en Taipei, que alberga las mejores colecciones de arte chino del mundo (aunque ahora sólo se podía visitar una pequeña parte debido a las obras de acondicionamiento de numerosas salas). Las mejores, no sólo porque son las que se trajo a la isla el gobierno del KMT en 1949, tras haberlas paseado por China continental para que no se las arrebataran los japoneses; las mejores también porque, durante la Revolución Cultural en China en los años 60 (si no me equivoco), mucho fanático comunista se encargó de liquidar obras de arte ahora irrecuperables (llamémosle Efecto Mao 5 Estrellas). Pues bien, aunque recomiendo hacer la visita en día laborable, a ser posible en otoño o invierno, para eludir a los grupos de turistas japos o yanquis con guías insilenciables que impiden disfrutar en paz de la contemplación de objetos milenarios, con eso y con todo quedé impresionado: piezas de metal, o de jade, de más de 3000 años, no sólo los caprichos horteras de los emperadores, sino también armas, calderos, jarras para vino, sellos... Y a mí, que voy aprendiendo con gran esfuerzo la lectura y escritura del chino, me agradó poder reconocer, leer, algunos caracteres escritos, grabados o tallados hace 2500 años, cuando todavía no habían llegado al grado de estilización (y amaneramiento) de nuestros días.

22.8.04

experiencia patafísica

Ya llevo tres semanas largas por aquí. Hoy es domingo, 22 de agosto, día de los enamorados en Taiwán por decisión de los grandes almacenes (alma tienen bien poca, por cierto). ¿A nadie le suena todo esto?

Los taiwaneses en general me tratan bien, con alguna excepción. Y, de momento, no han intentado timarme. Una noche entré a cenar, yo solo, a una casa de comidas budista-vegetariana; comí muy bien, y luego la señora me regaló un manojo de "ojos de dragón", esa fruta parecida al lichi pero que, sin pelar, es como un pariente más pequeño, duro y menos peludo que el kiwi (en chino se llama "longyan").

El otro día una conductora casi me atropella mientras montaba en bicicleta, si bien es cierto que hace un par de días yo casi "me llevo un coche por delante". Me temo que todo buen conductor español tendría dificultades para seguir conduciendo bien en Taiwán, y desde luego a cualquier guardia de tráfico de la Península le daría un infarto con ver cómo se saltan a la torera gran parte del código de circulación: enjambres de motocicletas que, como mosquitos, salen de todas partes, en todas direcciones, cruzando a veces la calle en sentido contrario (sobre todo en Kaohsiung, gran ciudad; aquí en Pingtung hay menos tráfico y, por tanto, el caos es menor); familias enteras (con dos o tres niños y uno o los dos padres) a lomos de una moto; adelantamientos no ya por la derecha, sino en zigzag...

Ayer tuve una experiencia patafísica. En la filmoteca o museo del cine de Kaohsiung (por cierto, no se olviden de mirar en el atlas dónde se encuentran estas ciudades) ponían, gratis, "Lost in translation", que yo ya había visto en Estrasburgo, pero Chen no. Resulta que no se podía entrar con comida, fumando, ni tampoco en chanclas (yo llevaba esas tan chulas, regalo de Silvia). Algo sorprendente en un país tropical, en verano, más aun teniendo en cuenta que el calzado descubierto de mujer o unas simples sandalias con una tira que sujete detrás del tobillo no suponían ningún impedimento para entrar. Pero las normas son las normas, así que, tras descartar la idea de comprarme calzado para volver a ver la peli, decidimos que, mientras Chen la veía, yo me quedaba leyendo en un café. El libro: "La vuelta al mundo en 81 días", de Manuel Leguineche. En un café muy agradable en la esquina de la avenida Wufu con el Ai He, el Río del Amor. Me senté en el interior para huir del ruido de las motos. Desde mi mesa podía disfrutar del espectáculo de un señor que, en una de las mesas de la terraza, dibujaba con carboncillo, copiando una foto de un óleo de M@net sobre un pueblo europeo con campanario, a orillas de un río. Muy interesante. Acabé charlando con él.

Bueno, esta noche iremos a un concierto de piano con Chiung Yao, nuestra amiga pianista. Seguiremos informando.