23.3.05

Operación Retorno

La primavera ha venido, nadie sabe bla-bla-bla, y yo me dispongo a escribiros mi última crónica taiwanesa de la temporada precisamente en el primer aniversario de nuestro emparejamiento de hecho (por eso decimos Chen y yo que nuestra genuina luna de miel fue el viaje a Grecia en junio del año pasado). Aquí en Pingtung hizo ayer un calorazo algo insoportable, más de 30 grados con mosquitos y todo. Huele ya a domingo por la tarde, cuando el trabajoso lunes se encuentra a la vuelta de la esquina: sólo me faltan tres días para que se acaben estas largas vacaciones de Semana Santa y pasar del invierno taiwanés (que es primavera, aunque ahora amenaza convertirse en verano y estación de tifones) a la primavera peninsular…

Sé que mis tankas no son del agrado de todos, por eso repito lo que le escribí hace unos días a una amiga en apología de esta estrofa japonesa: Al tratarse de estrofas fijas, hay que contar con la disciplina métrica; versos de 7 y 5 sílabas. En el original en esperanto procuro respetarlo escrupulosamente; en castellano, no. Lo mismo ocurre con las rimas y otros juegos sonoros, semánticos o de palabras. Yo lo compararía con las coplas, como de hecho ya hice en "Saturno" en el poema "Copla", de la p. 36. Algunos de los tankas que he enviado son pequeñas ocurrencias, casi chistes privados, pero en otros he intentado condensar una vivencia, una idea.. Bajo mi firma encontraréis la última tanda. La envío ahora, antes de que se vuelvan puro anacronismo.

Como dicen los pilotos antes de pisar el acelerador: “Entrando en pista para despegar…”

¡Un saludo revolucionario!

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Robinzone

Mi venis foran
azian landon strangan.
Sed jen, surprize,
mi mem fremdulo estas,
strangulo alilanda.


[Kaohsiung, 12.3]

[“Robinsón”: Llegué a un lejano / y extraño país asiático. / Pero, para mi sorpresa, / yo mismo soy el forastero, / el raro de otras tierras.]



Gulivere

Chi damnaj homoj
shajnigas nekomprenon.
Au chu, diable,
okazas ke neniu
komprenas mian henon?

[Kaohsiung, 12.3]

[“Gulliver”: Esta maldita gente / finge no entender. / ¿O acaso, demonios, / lo que ocurre es que nadie / comprende mis relinchos?]



Porko che vojforko

Sen deva halto
por pensi kaj decidi
vojon irotan;
kiel porko che vojforko:
nur troti, vidi, vivi…


[Pingtung, 18.3]

[“Cochino en cruce de caminos”: Sin parada obligatoria / para pensar y decidir / el camino a seguir; / como un cochino en un cruce de caminos: / sólo trotar, ver, vivir…]



Miraghoj

De mia lando
mi nur portempe foras,
tamen chi tie
la nelgan chiutagon
apenau plu memoras.

Eventuale
facilus ghin rezigni
por rekomenci
de nulo, kaj jarfine
al kelkaj vivosigni.

Sed mi reiros
al songho chiutaga
kaj chi mirinde
reala efemero
farighos svaga, svaga…


[Pingtung, 18.3]

[“Espejismos”: Me encuentro lejos / de mi país sólo por un tiempo, / y, sin embargo, aquí / el día a día reciente / ya apenas lo recuerdo. // Eventualmente / sería fácil renunciar a todo ello / para empezar de nuevo / desde cero, y, cada fin de año, / dar señales de vida a unos pocos. // Pero regresaré / al sueño cotidiano / y esta realidad / maravillosamente efímera / se volverá vaga, vaga…]

9.3.05

"Hiroshima, mon ami(e)"

En Kioto también tuve el placer de reencontrarme con otros amigos genuinos, Hughimoto y Masumi. Hughimoto, lector de Montaigne en su juventud, ha sido durante los últimos más de 40 años la única ventana al mundo esperantista de Kanzi Ito, señor ya anciano y de salud delicada que ha conseguido recopilar y reeditar en una cincuentena de volúmenes casi todos los incunables del esperanto, los primeros folletos y libros, muchos de los cuales se creían perdidos, publicados algunos en las lenguas más diversas de la Europa de finales del siglo XIX, así como las ediciones originales de los primeros clásicos de esta lengua nueva. Pensar que también el autor de esta empresa quijotesca y robinsoniana se salvó por los pelos del delirio termocida del presidente Truman…

El día 25 dejamos Kioto y nos fuimos al sur. Llegamos a Hiroshima a mediodía y disponíamos antes de nuestra cita de un par de horas para visitar el imprescindible museo de la paz y memorial de la explosión atómica. El año pasado, aparte de ver dos magníficas películas de los años 50 del director japonés Ozu (“Cuentos de Tokio” y “Buenos días”, que inspira uno de mis poemas en “Saturno”), también me leí de un tirón, solo en la habitación del hospital la víspera de mi operación de dolicomegasigma, la obra “Hiroshima, mon amour”, de Marguerite Duras, cuya versión cinematográfica por Alain Resnais, igualmente interesante, había visto meses antes en Estrasburgo. Y ahora estábamos Chen y yo en los mismos lugares en que se rodó este filme, 60 años después de que el Enola Gay dejara caer al mortífero Little Boy a un centenar de metros de allí.

Camino de Hiroshima y en la propia ciudad, había garabateado tres tankas en mi cuaderno. No son nada, una superficialidad ante la magnitud de lo ocurrido, herida todavía abierta en la consciencia de muchos japoneses aunque me temo que no en la conciencia de tantos norteamericanos. Y, sin embargo, me niego a censurarlos. Son tal vez un primer paso hacia algo que puede que escriba en otra ocasión. No son casi nada, pero algo son:

“Datreveno”

1

Jam sesdek jaroj
pasis de l’ granda krimo,
kiam Usono
kovarde kaj barbare
cindrigis Hiroshimon.

2

Urbon cindrigi?
Nur ludo por infanoj.
Premi butonon
kaj en flamojn transformi
la vivojn de l’ urbanoj.

3

Atombombitaj
Hiroshim’, Nagasako,
ne malesperu
char Uson’ vin omaghas
persiste en Irako.

[Hiroshima, 25-26.2]

(“Aniversario”: 1 Sesenta años / han pasado ya del gran crimen, / cuando los Estados Unidos / de modo vil y bárbaro / redujeron a cenizas a Hiroshima. // 2 ¿Reducir a cenizas una ciudad? / Un juego de niños. / Pulsar un botón / y transformar en llamas / las vidas de sus ciudadanos. // 3 Hiroshima y Nagasaki / destruidas por la bomba atómica, / no desesperéis / porque los Estados Unidos os homenajean, / pertinaces, en Iraq.)

Dos horas en el museo pasan volando y no se olvidan. Como os decía, allí se consumó un gran experimento de las ciencias no sólo naturales sino también sociales, con 400.000 cobayas. No bastaba el bombardeo convencional sistemático que pretendía estudiar, por ejemplo, si la tercera ciudad del Japón seguiría manteniendo el tercer puesto de la lista en la posguerra después de haber sido destruida, pongamos, en un 75%, o la quinta ciudad una vez arrasada en un 80%. ?¿De qué se trataba? ¿De probar la bomba y sus efectos? ¿De amortizar las sumas ya gastadas? ¿De que capitulara Japón y, de paso, de disuadir y acojonar a la Unión Soviética y al resto del planeta? ¿De escribir una página en los libros de historia donde se habla de los valores de Occidente y de la supremacía democrática de los Estados Unidos? ¿Por qué, dos años antes de la derrota de la Alemania nazi, se había decidido ya usar la bomba atómica no contra los alemanes sino contra los japoneses? ¿Y por qué destruir así, sin advertir a sus habitantes (que disfrutaban de una inexplicable, sospechosa y pérfida tregua en los bombardeos), una ciudad y no una zona militar o despoblada? ¿Por qué repetir la hazaña tres días más tarde en Nagasaki? ¿Sería, como escribe Rafael Sánchez Ferlosio, que “cuando la flecha está en el arco, tiene que partir”?

Naturalmente, el cerebro privilegiado de Einstein había sentado las bases del conocimiento de la energía nuclear (y de mucho más) a principios del siglo pasado; naturalmente, los científicos expulsados o huidos de Alemania por judíos temían que Hitler consiguiera la bomba, y convencieron a Roosevelt para que los Estados Unidos se adelantasen, cosa que éstos lograron; naturalmente, los japoneses habían hecho de las suyas a diestro y siniestro en toda Asia, y probablemente no habrían dudado en usar armas atómicas de haber contado con ellas; naturalmente, los soviéticos declararon la guerra al Japón atacando Manchuria cuando ya se adivinaba el final y el resultado de la Segunda Guerra Mundial… Naturalmente, claro.

En Hiroshima, ciudad renacida de las cenizas y los escombros (de hecho, en el jardín de la casa donde nos alojábamos pude ver un perro mapache [nyctereutes procyonoides], curioso animal no doméstico sino silvestre), leí también en su traducción al esperanto la obra “Notas del delta”, de Okada Haru, donde relata con todo tipo de pormenores los primeros momentos, días y semanas tras la explosión de lo que, en su desconocimiento teórico, poco a poco las víctimas fueron denominando “un nuevo tipo de bomba”. Bomba que no se limitaba a destruir y calcinar en un segundo una ciudad entera, como podrían hacerlo un asteroide, un terremoto, una erupción volcánica o el tsunami de las navidades pasadas, sino que además dejaba a los habitantes de las ciudades atacadas el regalo envenenado de la radioactividad, el cáncer, los tumores, malformaciones y mutaciones, pesadilla que todavía no ha concluido.

A los que os interese el tema, os recomiendo la siguiente página web que no tiene desperdicio:

http://en.wikipedia.org/wiki/Atomic_bombings_of_Hiroshima_and_Nagasaki

El día 27 proseguimos nuestro viaje hasta Fukuoka. De los tres últimos días mencionaré nuestra visita al volcán Aso, cerca de Kumamoto, en compañía del señor Kino, otro esperantista muy simpático (y que, de niño, pudo ver desde su ciudad el hongo atómico sobre Nagasaki, a unos 100 km de distancia, una horrible masa ascendente de humo rojo y negro). Al igual que en el Teide o en Santorini, la antigua caldera o cráter del Aso primitivo se derrumbó en tiempos remotos dando lugar a una cadena montañosa de forma circular que circunda un valle, dentro del cual han surgido a su vez las calderas humeantes de los nuevos volcanes, entre ellos el monte Aso propiamente dicho, así como varios pueblos irreflexivos y temerarios que viven de la agricultura y el turismo. Fuimos un lunes frío y soleado, día de pocas visitas. Al llegar al borde exterior del gran cráter, el bosque de coníferas desaparecía en favor de un paisaje amarillo como el de las dehesas extremeñas en pleno verano, pero en este caso en invierno y con pendiente pronunciada. Después, por otra carretera, descendimos al valle y subimos al nuevo Aso, si bien no pudimos asomarnos al borde del cráter porque el último tramo de la carretera estaba cortado dada la dirección del viento, que lleva consigo las emanaciones venenosas del volcán. Me atrevo a mostraros un pseudohaiku facilón basado en un juego de palabras: en esperanto y en un registro literario, la palabra “aso” puede significar “el (tiempo) presente”:

“Aso”

Vulkano Aso
pensigas min pri iso
kaj ech pri oso.

[27.2?]

(“Aso”: El volcán Aso / me hace pensar en el pasado / e incluso en el futuro.)

Tanto en Tokio como en Fukuoka di charlas informales en esperanto sobre la Unión Europea desde el punto de vista o de partida de la interpretación; después de las charlas hubo cenas, cómo no, en Kumamoto incluso sin charla previa. En la de Fukuoka, entre brindis y brindis, los comensales no sólo escucharon divertidos e interesados mis diversos tankas, sino que uno de ellos, miembro del Club del Haiku (en internet) me animó a que improvisara alguno. Como quiera que otro de los asistentes nos había preguntado a Chen y a mí por el secreto de la felicidad en el matrimonio (¡tan pronto!), y aprovechando la comparación que se me había ocurrido en una conversación con el señor Nisida, compuse el siguiente tanka que luego retoqué para dar cabida al juego de palabras visual, caligramático:

"VIVI"

Geedza paro
felichos ech jarmilon
se ghi alterne
jen dise-kune VIVos
simile ventumilon.

[Fukuoka, 27.2]

(“VIVIr”: Un matrimonio / será feliz mil años / si alternativamente / VIVen, ahora separados, luego juntos, / como un abanico.)

No sé si llamarlo declaración de intenciones, wishful thinking, hacer de la necesidad virtud, o de tripas corazón…

Con esto termina el viaje a Japón, pero no la luna de miel, porque faltan Taipei, y Pingtung, y lo que quede por venir… Si me preguntáis por lo mejor del Japón (no de este viaje en particular), para mí, quizás el don(buri), ese plato que consiste en un cuenco de tamaño mediano o grande lleno de arroz blanco con una textura, aroma y sabor que sólo se encuentran allí, y cubierto con una capa de sashimi de atún, o de filetes de anguila, de tempura de marisco o verduras, o lo que apetezca. Ah, qué inmenso placer… (al igual que en la paella, lo mejor es el arroz). Y un deseo para el futuro: otro baño caliente al aire libre durante una nevada en las montañas, pero mixto, con Chen, y con un chupito de sake en la mano para vivir eso que en japonés se denomina “yukimizake”: ver [“mi”] la nieve [“yuki”] bebiendo vino de arroz.

Así que el 2 de marzo aterrizamos en Taoyuen y nos vamos a casa de nuestro amigo, el renombrado cocinero Jimmy Chin, cuyos tres restaurantes, antes llamados “Vanilla” y ahora “Amor y Pan” (en español castizo), van viento en popa. El de su propia casa, que sólo abre por las tardes, es más bien café y tetería con repostería occidental; el segundo de Taoyuen, abierto todo el día y con más mesas, sirve también ensaladas y pasta; el tercero y más reciente, en Taipei, ofrece comida inspirada en la cocina española pero con sabores y presentaciones muy diferentes, como en el caso de las sorprendentes gambas con salsa de chocolate.

El día 5 por la mañana escribo en la libreta:

Bonvena shangho:
senhasta kaj abunda
la matenmangho.

(Bienvenido cambio: / sin prisas y abundante / el desayuno.)

En Taipei, aparte de quedar con amigos e ir al cine a ver “Finding Neverland” (no creo que en España se hayan atrevido a traducir el título como “A la búsqueda de la Tierra de Nunca Jamás”), que, por cierto, me obligará a buscar y leer “Peter Pan”, también ocurrió algo digno de mencionar. La noche del 5 al 6 de marzo, a las 3h06 y 3h07 de la madrugada, dos temblores de tierra diferentes pero casi simultáneos (lo que al parecer resulta muy infrecuente por estos pagos), con epicentro en la región de Ilan y Suao e intensidad de 5.9, sacudieron también nuestro apacible sueño en Taoyuen. Su efecto, amortiguado por la distancia, se redujo a despertarnos y a hacer que temblaran los muebles del cuarto pero sin que cayeran objetos al suelo. Yo, la verdad, me acojoné bastante, sobre todo con el segundo temblor, de modo que pusimos en práctica lo de protegerse debajo del hueco o quicio de una puerta. Al rato volvimos a la cama mientras se oían ladridos de perros en el vecindario y el sonido de alguien que abría su coche con el telemando; al final, cuando el silencio volvió a imperar no turbado por vehículos o bichos, caímos de nuevo presos del sueño.

Y ahora ya estamos en Pingtung. Yo, contento por haber terminado este reportaje, lo que me permitirá pasar más tiempo junto a “mi” templo leyendo o dibujando, aunque me temo que al haberlo elegido para algunas de las fotos de nuestro álbum nupcial haya(mos) contribuido a que se perturbe su paz al margen del espacio tridimensional en el que se desarrolla la vida mundana y social: parece que al fotógrafo le gusta el decorado, pues ayer me lo encontré allí de nuevo haciéndole fotos a otra pareja de inminentes o recién casados.

Termino con un último tanka, sin relación alguna evidente con todo lo anterior, “escrito” ayer mismo mientras me despertaba y levantaba de la cama:

"Miraklo"

La mondon regas
la sankta seksdiino.
Chiusekunde
shi faras oron lano
kaj akvon rugha vino.

[Pingtung, 8.3]

("Milagro": Gobierna el mundo / la santa diosa del sexo. / Cada segundo / transforma el oro en lana / y el agua en vino tinto.)

¡Salud y poesía!

8.3.05

palabras en el aire

Aunque pueda parecer lo contrario, Japón me ha gustado, incluso más de lo previsto. Es un país en el que viajar resulta cómodo y fácil, y no necesariamente tan exageradamente caro como uno se imagina.

De todas las noches pasadas en Japón, las cuatro primeras y las tres últimas nos alojamos en hoteles como los que conocemos en Europa. Las cuatro noches de Kioto, en un ryokan u hotel tradicional japonés, con paneles corredizos de papel translúcido y futones sobre los tatamis que cubren el suelo de madera; ahora bien, se trataba de un ryokan moderno y funcional, con baño y aire acondicionado y sin la disciplina estricta de horarios que caracteriza a los ryokan de toda la vida (es decir, algo parecido a lo que ocurre en España con las casas rurales, que no necesariamente han de parecerse a un cortijo andaluz de finales del XIX); tampoco tenía tokonoma, ese pequeño rincón reservado para algún motivo religioso o caligráfico-poético, del que habla Tanizaki en su interesantísima obrita sobre la estética nipona “Elogio de la sombra” (editorial Siruela), escrita en los años 20 ó 30. Solamente en Hiroshima (nombre que significa “isla ancha” y que los chinos escriben igual pero leen “Guangtao”) pasamos dos noches en casa de unos esperantistas. Yo no los conocía y no era nuestra intención, pero nos los recomendaron varios amigos, entre ellos Nobuyuki y Reza (el iraní que vive en Pingtung). Fueron generosos con nosotros, nos llevaron al conocidísimo y archifotografiado santuario de Itsukushima (con esa puerta roja que asoma en la superficie del mar frente a la costa; si dispusiéramos de un turismómetro podríamos compararlo con el Patio de los Leones de la Alhambra), donde, por cierto, coincidimos con una boda en la que los novios iban ataviados con vestidos tradicionales, como en una peli de samurais (entre los invitados se encontraba un joven indonesio con su pareja, una finlandesa con la que practiqué un poquito de finés); también fuimos con ellos a unos baños de agua caliente al aire libre, mientras nevaba, en la aldea de Midori en las montañas al norte de Hiroshima; el problema es que el anfitrión, que almacena alimentos y cocina compulsivamente (por un trauma derivado de las hambrunas de posguerra, según cuenta en un artículo autobiográfico que leí por esas fechas) y que trasiega alcohol como si fuera agua de manantial, no era muy propenso a consultar a sus huéspedes, con lo que la visita, aunque interesante, también se nos hizo un poco pesada a ratos. Como sólo duró día y medio y como al final uno acaba aplicando la amnesia selectiva de las madres después de los dolores del parto, nos quedamos con haber conocido un hogar japonés desde dentro. Claro que en el futuro prometo y juro ante Zeus y Lao Tse no alojarme en casa de nadie que no conozca de primera mano, por si acaso. Cuento todo esto porque en el resto del viaje sí quedamos de vez en cuando con otros esperantistas, pero sin abusar, y se portaron estupendamente con nosotros. Yo les decía de broma a ellos y a Chen que el esperanto es como el wasabi (ese condimento japonés de rábano verde superpicante), y que por tanto sería mejor no mezclarlo demasiado con la miel de nuestro viaje por si los sabores no combinaban a la perfección.

Con Keiko, Nobuyuki y otro amigo fuimos a cenar a una barra de sushi y sahimi en la que no había que pedir: el jefe iba preparando todo tipo de exquisiteces, entre ellas fugu o pez globo (que se hincha para asustar a sus depredadores y cuyo hígado venenoso puede ser mortal) o carne de ballena (intentando adivinar lo más selecto, yo adiviné que era de ballena, para sorpresa de Nobuyuki, si bien añadí que se trataba de “oreja de ballena” para asegurar no pasarme de listo; el jefe nos dijo que era carne roja, es decir, no de casquería); así hasta que ya no tuviéramos más ganas de comer. Antes habíamos probado, en otro bar, sakes exquisitos, sin filtrar. Aquí, sentados en la barra, recordé los vasitos para licor de sorgo (kaoliang) que te ponen en algunos restaurantes chinos de Madrid con la imagen desenfocada de una chica ligera de ropa en el fondo, imagen que se vuelve nítida al rellenar el vaso con licor, el cual actúa como lente. Le pregunté a Nobuyuki si podría ver una mujer desnuda en el fondo del vaso de sake y me respondió: “Todavía no” (lo que, curiosamente, en japonés se dice “Ma dadayo”, como el título de la imprescindible película de Akira Kurosawa). Para que luego digan que los japoneses no tienen sentido del humor…

Chen, gracias a su buen español, pillaba bastante esperanto, y luego se las apañaba entre mis traducciones boca-oreja o directamente en inglés, más las ocho o nueve palabras comodín que aprendió en esperanto durante el viaje: hola, chao, sí, nó, bueno, muy bueno, bonito, gracias, basta… También recurría de vez en cuando a escribir caracteres chinos, que los japoneses comparten, sobre el papel o en el aire, con el maravilloso gesto cuasipictórico de una secuencia de trazos. Recuerdo una situación de ese tipo con varios amigos en un restaurante nepalí, en el que por cierto también comía con nosotros una japonesa que también hablaba español. Todo muy babélico y pantagruélico..

Con Nobuyuki he aprendido que el mejor sake se bebe frío, y que con el sake caliente te pueden dar gato por liebre; que el sushi se puede y ha de comer con los dedos, como si fuera una croqueta de la abuela, en lugar de hacer prestidigitación con los palillos; y que, si uno quiere untarle wasabi al sushi, que ya lleva, o al sashimi, se le pone directamente con los palillos, porque resulta de mal gusto ensuciar la salsa de soja con la especia o condimento verde que pica que no veas.

Esta cena de la que hablaba, la del pez globo y la ballena, tuvo lugar después de una excursión a la cercana ciudad de Nara (donde se encuentra un templo que es la mayor estructura de madera del mundo y en la que ciervos capitalistas limosnean galletas a los grupos de visitantes) en un día de bastante, mucha lluvia. Llegado este momento, condensé nuestro plan de viaje en otro tanka:

"Japana mielvojagho"

Toki', Kioto
kaj, pluvan tagon, Nara.
Tuj Hiroshimo,
Fukuok', Kumamoto
kaj fine "sajonara!"


[Nara, 24.2]

(“Viaje de luna de miel en Japón”: Tokio, Kioto / y, un día de lluvia, Nara. / Después Hiroshima, / Fukuoka, Kumamoto / y, por último, “¡sayonara!”)

El haiku y, sobre todo, el tanka (de los que hay unos cuantos en mis libros de poemas) me recuerdan en su estructura a la copla, al blues y, en su vertiente absurda y jocosa, al limerick de Gales. Pues bien, continuemos: después de cenar fuimos a otro bar donde bebimos vino tinto. Fue un grave error, tras el sake y la cerveza consumidos con la cena. Como español, ex alumno de bachillerato y exuniversitario, debería haberme negado, pero el ambiente era tan agradable y nuestros amigos tan convincentes… que a la mañana siguiente me desperté con un dolor de cabeza de mil demonios, con lo que la excursión a Kamakura se vio substituida por reposo obligado hasta mediodía (cura en cama) y un paseo más tranquilo por el centro de Tokio (el Palacio Imperial y la eifelesca torre de la ciudad) por la tarde:

“Postebrio”

Se vi kundrinkos
bieron kaj sakeon
kaj rughan vinon
ne miru ke vi startis
enkape lavmashinon.

[Taipei, 5.3]

(“Resaca”: Si al beber mezclas / cerveza y sake / y vino tinto / no te sorprenda el haber encendido / una lavadora en la cabeza.)

Así que Kamakura queda para el verano del 2007, porque con los primeros sakes le prometí a Keiko que volveríamos a Japón al congreso mundial de Esperanto en Yokohama dentro de dos años y medio. Era inevitable, tratándose de la primera visita: tarde o temprano habría que hacer la segunda. Ah, Yokohama, uno de los posibles objetivos de las primeras bombas atómicas, finalmente descartado o pospuesto por los estadounidenses para desgracia de hiroshimeños y nagasakianos.

Hay un dicho japonés relativo a la amistad y que al parecer tiene que ver con la ceremonia del té. Dice más o menos, con dos (o cuatro) palabras y una bella ellipsis, que dos personas se conocen o encuentran por primera vez una única vez. Aquí va mi tanka dedicado a Nobuyuki y Keiko, y a todos mis amigas y amigos estéis donde estéis:

"Ichigo ichie"

Renkonti iun
iun unikan fojon
kaj, poste, ghisi
kaj dis - au kamarade
ekiri saman vojon...


[Nara, 24.2]

(“Ichigo ichie”: Encontrar a alguien / una única vez / y, después, despedirse / y diverger – o, como camaradas, / emprender juntos el mismo camino…)

Como veis, al contrario que en “Saturno”, estos poemas primero los he escrito en esperanto con su rima de rigor y luego los he traducido a román paladino. Creo que no quedan mal del todo en castellano, supongo que gracias a mi aventura bilingüe de los últimos años.

Tokio, y Japón, están llenos de dulcerías y pastelerías. Son golosos los japoneses, sí señor. Otra cosa que sorprende es la incomprensible (a)numeración de las calles: ni ellos mismos se aclaran a la hora de buscar una dirección.

Antes de que se me olvide, recordemos el Windsor. Acaba de escribirme una de mis hermanas que, al acabar su construcción, a mi padre le ofrecieron el mantenimiento del edificio, pero prefirió quedarse en la empresa constructora Agromán. El Windsor, todo hay que decirlo, no sería noticia a estas alturas si no hubiera ardido tan hermosamente (mientras el templo de Nara aguanta siglos y más siglos); en el mundo hay cientos de rascacielos más altos e interesantes, empezando por el mayor de todos, la Torre 101 (por su número de pisos) en Taipei, que por su silueta recuerda a un tallo de bambú. Ahora bien, el Windsor, al consumirse como leño de una pira u hoguera de San Juan, ha entrado en las pantallas de televisión de todo el mundo. Durante nuestro viaje, tanto en Japón como en Taipei, si preguntaba a alguien por el incendio, todo el mundo lo había visto, lo que me permitía hablar de mi padre y de nuestra relación con ese edificio, motivo de nuestra mudanza a Madrid. Quizás acabe dedicándole un poema en el futuro.

Claro que, como adiviné durante la visita al templo o santuario de Asakusa (ya no recuerdo: lo primero se refiere a uno budista, con leones de piedra que guardan la entrada; lo segundo, a uno shintoísta, con esas puertas rojas que preceden y anuncian el santuario de esa religión sin dios que sólo existe en Japón) y al pequeño parque y cementerio adyacente, la única eternidad que cuenta es la de las piedras, como la de la estatua que recuerda a cierta señora benefactora de niños y desvalidos del vecindario que vivió en ese barrio hace un par de siglos (creo recordar que se llamaba Iwako). Nuestra máxima, aunque insuficiente, aproximación a la inmortalidad y a la eternidad consiste en amontonar piedra sobre piedra para erigir mastabas y pirámides o, mejor aún, tallar la piedra o arañar su superficie para crear de ese modo estatuas, esculturas o inscripciones que nos sobrevivan. La eternidad de los epitafios y las lápidas. Debería dejar de teclear gilipolleces en el ciberespacio y comprarme un buril para escribir, inscribir una o dos frases o poemas en la roca, en la piedra. Lo demás son palabras o ideogramas en el papel o, mejor aun, en el aire.

El día 21, pasando por delante del monte Fuji (al que no vimos desde el tren porque el horizonte lo ocultaban las nubes), nos fuimos a Kioto, otra ciudad que se salvó de milagro del fuego salvífico nuclear de los EE.UU., ya que también se encontraba en la primera lista de blancos para el gran experimento de las ciencias naturales del siglo XX. Kioto es la ciudad que todo turista debe visitar en Japón, con infinidad de santuarios y templos. Gracias a que los bombarderos USA la dejaron tranquila una temporada para que los bombardeos convencionales no enturbiaran el análisis de los efectos de una probable explosión atómica, hoy en día se puede disfrutar en Kioto no sólo de museos y monumentos sino también de barrios enteros con casas de madera, entre ellas la que iba a ser nuestro ryokan. Hermosa ciudad, no tan perfecta y aséptica como Tokio (salvo el horroroso zurullo de cristal y acero de la estación central de ferrocarril), sino más viva, real y cotidiana, sea lo que sea lo que esto signifique.

En Kioto teníamos como contacto a Tetsu, un tipo muy simpático que conocimos una tarde en casa de Kiki en Pingtung porque había venido a visitar a una vecina japonesa de ella, y con el que nos comunicábamos en inglés. Quedamos con él en un par de ocasiones; aparte de visitar un templo apacible en la montaña en el mejor momento del día, cercana ya la hora del cierre, también nos introdujo en bares y tabernas recónditas de la ciudad, con ambientes y manjares y néctares exquisitos, de cuyos jefes o encargados era amigo o cliente desde hacía una veintena de años, y con los que no habríamos podido dar nosotros mismos ni por casualidad ni hartos de sake.

Hablaba antes de la disciplina horaria de los ryokans tradicionales. En general en Japón tanto en hoteles como ryokans tienes que dejar la habitación libre el día de salida antes de las 10h, pero no puedes entrar en ella el día de llegada antes de las 15h o las 16h; si te sales de estos horarios y apareces sin avisar, parece que se ponen algo nerviosos. En este viaje nos hemos quedado sin dormir en una pensión familiar o en un templo (dicen que es posible) así como, por decisión propia y previa, en uno de esos hoteles-cápsula (no mixtos, por cierto, ni “aptos para claustrofóbicos”), cuyas habitaciones o nichos tienen, como dice igualmente mi guía, “las dimensiones de un ataúd espacioso”: a tanto no llega nuestra curiosidad viajera. Al final tampoco fuimos a uno de esos “love hotels” donde las parejas japonesas coyundan discretamente en habitaciones con decorados selváticos o grecorromanos de fantasía; tienen horarios y precios extravagantes y, la verdad, tampoco nos hacía falta: si nos faltaba exotismo en nuestra habitación del ryokan, bastaba con ponernos los yukatas, esa especie de batas o albornoces azules y blancos similares a lo que en España llamamos “kimono” y que se utilizan antes de dormir y después del baño caliente.

En Kioto visitamos el jardín zen de un templo budista. En un jardín seco, sin agua ni casi vegetación alguna, con 15 piedras colocadas a conciencia en un amplio rectángulo cubierto de grava o arena peinada y trillada con meticulosidad, que sugieren un paisaje o ideal o evocan una parte de la costa del sur del Japón o, lo cual no excluye a lo anterior, invitan a la contemplación o a la meditación. Paisaje que cambia a lo largo del año, con las estaciones, y del día, con las luces y sombras proyectadas sobre él por el sol que se oculta entre pinos y nubes. Una vez más, nuestra propia presencia multitudinaria estorbaba su disfrute: paradojas del turismo-zen.

Tetsu también nos llevó a una güisquería en la que degusté dos espléndidos güisquis japoneses de una malta, uno de ellos de la isla norteña de Hokkaido, con un sabor ligeramente ahumado que me recordaba las saunas finlandesas. Ah, gran bar y magnífico barman, testigo del parto in situ del siguiente tanka:

"En la viskiejo Annie Hall"

Chu do ni tenas
futuron en la mano?
Sendube, frato,
se ni kun glas' viskia
tostas je nia sano!

[Kioto, 24.2]

(“En la güisquería Annie Hall”: ¿Tenemos pues / el futuro en la mano? / Sin duda, hermano, / cuando, con un vaso de güisqui, / brindamos a nuestra salud!)

Mi pequeño homenaje a Omar Jayyam, el mejor poeta y filósofo de todos los tiempos (buscad la edición bilingüe en Hiperión).

Prometo que volveré.

7.3.05

Ja Pon

Es lunes 7 de marzo. Ayer por la tarde Chen y yo regresamos en tren a Pingtung después de 14 días en Japón y 4 en Taipei (en realidad en la cercana ciudad aeroportuaria de Taoyuen, en casa de nuestro amigo Jimmy, el cocinero y repostero). Chen ya ha vuelto al trabajo, y yo voy a intentar contaros cómo ha ido nuestro viaje por Ja Pon (en japonés, Ni Hon; en chino, Ri Pen, si bien lo escriben igual unos y otros en ideogramas chinos; traducción literal: Sol Naciente).

La víspera de nuestra partida, un terremoto de magnitud 5.4 (escala de Richter salvo que se indique lo contrario) con epicentro al norte de Tokio sacudió la capital japonesa. Lo leí en el periódico el día 17 de febrero, camino del aeropuerto, o quizás ya en el avión de Kaohsiung a Taipei, donde luego nos esperaba el segundo vuelo, de Taipei a Tokio.

Nuestro plan era el siguiente: 4 noches en Tokio, durmiendo en una pensión regentada por un taiwanés y reservada con suficiente antelación por Chen (desde allí podríamos hacer excursions, por ejemplo a la ciudad con el simpático nombre de Kamakura); otras 4 en Kioto, con esta ciudad como base de operaciones; 2 aun más al sur, en Hiroshima, desplazándonos todo el tiempo en el Shinkanshen o tren bala por medio de un Japan Rail Pass de 7 días; por último, tres noches entre Fukuoka (la primera y la tercera) y Kumamoto (la segunda), con alojamiento en hoteles por cortesía del señor Nisida, un esperantista muy majete de 82 años al que conocí en Pingtung en septiembre y que decidió obsequiarnos de este modo durante nuestro viaje de luna de miel.

Se trataba de aplicar una de mis costumbres como viajero: no pasar menos de dos noches en cada lugar que se visite. No sé de cuándo data esta manía, pero sí soy consciente de ello desde hace no muchos años, tal vez sólo 4 ó 5. Antes de ayer escribí este “tanka” en un restaurante, cercano al de Jimmy, llamado Jieyunxuan:

“Konata kapkuseno”

Ora regulo
por ghuo de vizito:
tradormi plache
almenau tutajn du
noktojn sur sama lito.

[Taipei, 5.3]

(“Almohada conocida”: Regla de oro / para disfrutar de una visita: / dormir plácidamente / al menos dos / noches completas en la misma cama.)

El “haiku” es una estrofa japonesa de 3 versos de 5, 7 y 5 sílabas, con mención o alusión obligatoria a alguna estación del año, y que goza de larga tradición en la literatura original en esperanto (no sólo de la pluma de escritores japoneses), en la que se acostumbra a rimar el primer verso con el tercero; en cuanto al “tanka”, consta de 5 versos de 5-7-5-7-7 sílabas, de tema libre, de los cuales los escritores en esperanto tienden a rimar el segundo con el quinto. Pues bien, durante este viaje he escrito varios tankas, que me permitiré presentaros en las líneas que siguen.

Días antes de emprender el viaje, mi amigo japonés Yamasaki, miembro de la Academia de Esperanto, se puso en contacto con la pensión taiwanesa reservada por Chen para confirmar la dirección y la fecha de nuestra llegada; la encargada le respondió que allí no esperaban a ningún español, y, acto seguido, llamó a Chen para decirle que anulaban nuestra reserva porque no querían problemas con extranjeros (tal vez se trate de una pensión ilegal o alegal). Faltaban sólo tres días para nuestra partida, nos encontrábamos en el rascacielos Splendor de Kaohsiung, y he aquí que de pronto no teníamos donde alojarnos a nuestra llegada a Tokio. Por suerte nuestros amigos Michel y Teresa nos pusieron en contacto con Etienne, un francés que vive en la capital japonesa y al que también conocí en Pingtung durante mi estancia anterior, de modo que éste nos reservó la primera noche en un hotel bastante lujoso en el supermoderno barrio de Shinjuku, y las tres siguientes en uno algo más barato y más cercano al inexistente centro de la ciudad.

El señor Yamasaki, de 75 años, alarmado por los vaivenes y zozobras de nuestra reserva, y dado que nuestro avión aterrizaba a las 20h40, se ofreció amablemente a venir a buscarnos al aeropuerto de Narita. Y, en efecto, allí estaba esperándonos, lo que, teniendo en cuenta que el aeropuerto se encuentra a 66 km de la capital, equivale a uno de los mayores cumplidos que pueda recibir un extranjero de un tokiota, toquiense o como se diga. Cuando llegamos al hotel eran casi las once de la noche, pero no desistimos y buscamos un bar cercano en el que celebrar nuestra llegada a Japón. Encontramos un garito subterráneo donde una decena de trabajadores con corbata se relajaban y desahogaban gracias al karaoke, mientras nosotros tres, sentados en la barra, consumíamos unas cervezas.

Quizás ahora sea el momento de contar mi ya lejana, por no decir remota, relación con Japón. Pero, primero, otro poema (me temo que, con su estilo sentencioso, no sea más que un vergonzante plagio del Kavafis de “Ítaca”):

“Konsilo por vojaghuntoj”

Ankau por lokon viziti
ekzistas la ghusta tempo:
nek tro malfrue nek maltro.
Sed se chi fojo neniam
alvenos, plendi ne indas.
Laudezire jen vizitu
iamajn lokojn ripete
kaj, kiel la chi-vesperon,
la chi-tieon plenghuu.

[Taipei, 5.3]

(“Consejo para hipotéticos viajeros”: También para visitar un lugar / existe el momento apropiado: / ni demasiado tarde ni demasiado pronto. / Pero si nunca llega esa ocasión / no vale la pena lamentarse. / Vuelve a visitar, según te plazca, / lugares de otros tiempos / y, como del esta tarde, disfruta también del aquí.)

Hace al menos veinte años, el señor Syozi (de nombre Nobuyuki) se encontraba en el aeropuerto de Barcelona en viaje de trabajo en compañia de un par de colegas, cuando a uno de éstos le birlaron arteramente un maletín con el pasaporte y los billetes de avión. Dado que el consulado japonés en Barcelona ni consulaba ni consolaba y que al parecer había huelga de transportes entre las dos capitales de España, se vinieron en taxi hasta Madrid para que los de la embajada le rehicieran a la víctima del hurto todos los documentos. Como ninguno hablaba español y Nobuyuki sí habla esperanto, y puesto que yo, estudiante de bachillerato, aún me encontraba de vacaciones, durante tres o cuatro días hice de guía e intérprete para ellos por Madrid. Nos desplazábamos en taxi y comíamos exclusivamente en restaurantes japoneses (así conocí el tofu, la sopa de miso, los conos o cucuruchos de alga seca rellenos de arroz con marisco etc). Al irse, Nobuyuki, que ahora tiene 62 años, me regaló su libro de conversación de bolsillo en 6 idiomas (entre ellos, japonés y español; publicado en 1983) y un billete de 1000 yenes (ahora serían 1250 pesetas).

Años después conocí también a su mujer, Keiko, que dirige una importante editorial en esperanto, y he vuelto a encontrarme con ellos en diversas ocasiones, creo que por última vez en Montpellier en 1998. Un abanico que me regalaron para mi madre, y que ella nunca llegó a usar, al final lo empleó Chen hasta el final de su vida útil como artefacto refrescante. En fin… En aquellos tiempos intenté matricularme en japonés en la Escuela Oficial de Idiomas, pero, al no haber plazas, lo hice en alemán (por lo que deduzco que nuestro primer encuentro tuvo lugar en 1981, lo que sin embargo no cuadra con lo del libro de frases; hm…) Durante años Nobuyuki le comentaba a Keiko: “Pero, este Camacho, ¿cuándo va a venir a Japón?”, y cuando supo que por fin iría a su país en el 2005, le decía a su mujer: “Demasiado tarde, demasiado tarde…”

No voy a hablar de los templos y santuarios que visitamos, los más importantes y visitados ya que aparecen en todas las guías, empezando por la mía de Lonely Planet. Voy a comentar mis impresiones. En primer lugar, uno llega a Japón cargado de prejuicios, imágenes y opiniones preconcebidas. Gran culpa la tiene el cine occidental sobre Japón, y quizás también los telediarios, que sólo emiten “noticias” que confirmen esa imagen prototípica de los japoneses; me temo que éstos son también responsables de la idea distorsionada y ridícula que de un Japón ultramoderno y sofisticado se tiene en el mundo, y que da lugar a filmes caricaturescos como “Lost in Translation” (del que yo salvaría la historia de amor contenido o frustrado entre los protagonistas, la que no obstante podría haber transcurrido en cualquier hotel, barco o rincón del mundo en el que coincidieran dos paletos yanquis incapaces de aventurarse en el mundo ajeno que los rodea para intentar, si no comprenderlo, al menos sí verlo con sus propios ojos).

Ayer, en el tren de vuelta a Pingtung, empecé a leer “Stupeur et tremblements” (supongo que el título en español es “Estupor y temblores”), interesante novela autobiográfica de la novelista (japo)belga Amélie Nothomb sobre los meses que trabajó en una empresa japonesa. Casi lo he terminado. No puedo opinar sobre la forma de ser o de comportarse de los japoneses, ni sobre si coincide o no con las valoraciones de la autora: lo que he visto es demasiado poco y muy superficial. Recomiendo su lectura a quienes tengan interés por los límites de la bajeza humana en sistemas autoritarios (como lo pueda ser también una empresa rígidamente jerarquizada), aunque, ya puestos, me quedo con “La fea burguesía” de Miguel Espinosa. A lo que íbamos: mi primera impresión en Japón fue de normalidad, de absoluta normalidad. Gente normal hacienda vida normal, cogiendo el metro para ir a trabajar, charlando, comiendo y bebiendo en bares y restaurants. Gente animada. Dice Nothomb que quien no haya conocido a un excéntrico japonés no sabe lo que es un excéntrico; será que lla no ha conocido a un excéntrico finlandés, o esperantista, o intérprete de la UE. Ya sé que no hay gente normal; que cualquier persona, por poco que uno se pare a investigar, tiene sus rarezas (“basta con detenerse a observer un objeto cualquiera para que éste se vuelva interesante”); que en todos los lugares del mundo hay una cierta normalidad cnvencional, en la que el raro es el que viene de fuera. A lo que me refiero es que la “normalidad” de Tokio y de Japón en general me resultaba extraña y sorprendentemente similar a la de Madrid o España, más que a la de Pingtung, por ejemplo.

Claro que hay diferencias. En Tokio casi todo resulta moderno, práctico, funcional, limpio, ordenado, silencioso, como una versión oriental del futuro reciente de la película “Gattaca”: el tráfico, en el que coches, taxis e incluso los camiones parecen no hacer ruido (con independencia de que circulen por el lado contrario, en lo que apenas reparé); los alimentos, envueltos primorosamente en plástico transparente; las máquinas expendedoras de cualquier cosa, y que incluso sirven para pagar de antemano la comida elegida en un restaurante o casa de comidas; los servicios de los hotels y de algún domicilio, con esa taza automatizada que incluye botones para transformarla en bidé o para activar un chorrito de agua limpiadora sin levantar el hermoso culo del asiento con forma de donut. Naturalmente esto cambia al desplazarse hacia el sur del país: cuanto más nos acercamos a Taiwán, menos orden y limpieza absolutos; incluso en el mismo Tokio, basta con adentrarse por aguna calleja del barrio de Asakusa, más allá del templo objeto de las devociones de los turistas, para descubrir esa otra ciudad más vivaracha e imperfecta. Y uno verá que no hay nada más parecido a un bar de Madrid que una taberna o izaka-ya japonesa en la que los parroquianos beben sake y tapean raciones de berberechos sentados a la barra mientras charlan con el camarero o cocinero o con el individuo que se encuentra a su izquierda o a su derecha (algo que no se ve en Taiwán, por ejemplo).

De hecho, ahora, en invierno (aunque con temperaturas más altas que las de la ola de frío peninsular), barrios enteros de Tokio y algunas zonas de Kioto, Fukuoka y Kumamoto me recordaban especialmente a la Finlandia otoñal más que a ningún otro lugar en el mundo. Por otra parte, algo característico de la capital y que no vimos en otras ciudades es el estilo sobrio y elegante en el vestir, sin colores llamativos o estridentes: en la calle y el metro, hombres en traje de chaqueta y mujeres con vestidos y abrigos blancos, negros, azul marino o de alguno de los no-colores de la gama del marrón o del gris; estilo en verdad uniforme que nos hacía agradecer la visión de cualquier nota de color.

En cuanto al idioma, por suerte infinidad de letreros están escritos también en inglés, y uno encuentra bastante gente que habla este idioma en estaciones, hoteles y similares, por lo que no hay que preocuparse demasiado. Por otra parte, Chen (y, en menor medida, yo también) podía leer los ideogramas chinos con los que se escribe el japonés (utilizan además dos silabarios, katakana y hiragana, que no existen en chino). Por ejemplo, los servicios en Japón y en Taiwán indican el de caballeros con una palabra, escrita exactamente igual, que los chinos y taiwaneses leen “nan” pero los japoneses leen “ottoka”; algo así como hacemos nosotros al leer como “caballeros” el consabido circulito con la flecha indicando las 2 en punto, que en inglés se lee “men” y en finés “miehet”. Claro que no llegaré al extremo de recomendaros que aprendáis chino antes de ir a Japón, entre otras cosas porque, al contrario que en chino donde cada ideograma tiene una única lectura y pronunciación, en japonés tienen al menos dos, la autóctona (p. ej. “ottoka”) y la de origen chino (chino “nan” > japonés “dan”), cada una de las cuales se utiliza en diferentes casos y tipos de palabras simples o compuestas. En chino, “oriente” se dice siempre “tong” (aunque haya diversas formas de transcribirlo: es el –tung de Pingtung), mientras que en japonés puede ser “to” (como en To Kyo, capital de oriente o levante) o “higashi”.

Y todavía no hemos pasado del primer día, pero todo se andará. Aquí lo dejo de momento.

16.2.05

los Insatisfechos

Confirmado. El lunes 14, Día de los Enamorados por decreto mercantil, hemos registrado el casamiento (con fecha del viernes 11) ante las autoridades taiwanesas; ahora queda hacer lo propio con las españolas. Así que se acabó el estrés: estamos felices, relajados y contentos, sobre todo una vez terminada la sesión de fotos para el álbum, ayer durante casi todo el día. Y esta noche tenemos cena con una veintena de amigos.

Al contrario que los DNI españoles, en los que ya no aparece siquiera el estado civil, al dorso del de Chen desde ahora se lee también mi nombre completo en caracteres chinos (si bien mi nombre de pila consta de dos sílabas, como el de la mayoría de los chinos, mi apellido tiene tres sílabas en lugar de sólo una, como sería lo normal; en eso me asemejo a los aborígenes, que tienen problemas al cumplimentar formularios en los que en el recuadro reservado para el apellido sólo cabe un ideograma; de hecho, Teresa y Chen bromean que tanto Michel, el marido de la primera, como yo pertenecemos a una tribu particular de aborígenes, la de los Pu-man-tsu o los Insatisfechos).

Volviendo al tema del Windsor, reconozco que lo que nunca llegó a convencerme de él fue el nombre (tampoco el logotipo, esa W de cartón que lo coronaba). De haber previsto su final, le podían haber llamado "Winston"... Ah, se me ocurren estúpidos juegos de palabras ("Gone with the Windsor", o "Lo que el Windsor se llevó"), pero prefiero recordar un palíndromo latino, "in girum imus nocte et consumimur igni" (que, con la pequeña trampa de una "i" en vez de una "y", significa: vamos dando vueltas en la noche y nos consumimos en el fuego). Como bien dice Paco:

"Madrid ha perdido un punto importante de su perfil, pero al menos ha desaparecido por todo lo alto y dando espectáculo, y no ha muerto nadie, que tampoco está mal."

En cuanto al artículo de EP que os pedía, Miguelito y Bernar se ofrecen a enviármelo en version electrónica. Me parece muy bien, pero mejor cuando volvamos de Japón y Taipei. Mañana nos vamos a Japón, al invierno (menos de 10 C en Tokio, unos 30 C en Pingtong), regresamos el 3 de marzo pero pasaremos unos 3 ó 4 días en Taipei antes de regresar a Pingtong. Así que mejor que no escribáis hasta nuevo aviso y, sobre todo, no enviéis fotos, que se me bloquea el Hotmail.

¡Felicidades para Xénia, que cumple mañana!

Por último, y con respecto a hipotéticas crónicas japonesas, no prometo nada (pero me llevo cuadernos y boli, por si acaso).

14.2.05

petardos y cohetes

El único comentario que me merecen los petardos de ETA en ARCO es señalar el acierto de El Roto al enmarcarlos en una de sus viñetas. Por si los del COI no tenían suficiente para descartar la candidatura olímpica de Madrid (que el ayuntamiento y el gobierno se la metan por donde les quepa, por cierto, porque a los madrileños tampoco nos han consultado sobre esta cuestión) ahora se quema el rascacielos Windsor. Me avisó mi hermano Carlos en un e-mail y luego lo he seguido por internet y por las imágenes emitidas en uno de los telediarios taiwaneses. Si mis conocimientos de inglés no me traicionan, podríamos decir ambigua y lacónicamente: fire works (es decir, tanto "fuegos de artificio" como "el fuego trabaja, o funciona"). Supongo que debería haberme dado pena, ya que la construcción del Windsor (creó que llevó unos 7 años levantarlo, con sus 31 pisos y 106 metros de altura) fue el motivo determinante para que mi padre, que dirigió los trabajos como jefe de obras de la constructora Agromán, se llevara a la familia de Badajoz a Madrid. Como dice mi hermana Beatriz, mejor que mi padre no haya podido ver como se consumía en 17 horas la obra de la que estuvo más orgulloso y que consideraba la culminación de su carrera profesional. A mí, la verdad, casi me ha producido más alegría que pena: confirma que las personas podemos vivir más tiempo que estos horribles edificios de mierda (es decir, de acero, vidrio y hormigón, o, como escribió mi amigo islandés Baldur Ragnarsson en uno de sus poemas, "acero / vidrio / piedra / todo artificial / superficial y falso"). Por casualidad, ayer mismo por la tarde subimos con unos amigos al mirador en el piso 74 (a 295 m del suelo) de los 85 que tiene el rascahuevos más alto de Kaohsiung (datos para el turista: el ascensor tarda en bajar 45 segundos y alcanza una velocidad de 600 m/s). Es cierto que la estructura del Windsor, de hormigón armado y no de acero como las Torres Gemelas de Nueva York, ha aguantado estupendamente, sin derrumbarse, las altas temperaturas, con lo cual, en vez de una "zona cero" (denominación que en propiedad corresponde a la del lugar devastado por una bomba atómica, y por usurpación de sentido al solar del World Trade Center) tendremos que conformarnos con una "zona cuatro con cinco" (insuficiente por los pelos). Desmontar el esqueleto del edificio puede que resulte más caro y trabajoso que construirlo, como parece haber sido el caso también del cercano viaducto de Cuatro Caminos o de cualquiera de las centrales nucleares que en el mundo han sido. Anoche, en el edificio Splendor de Kaohsiung, pensaba en la obsolescencia programada de estas torres fálicas (por lo del Falo de Alejandría), que cada cierto número de años necesitan un lifting, una muda, un transplante que les devuelva la belleza efímera de sus primeros días, y que en el imaginario de la ciencia ficción antiutópica de nuestros tiempos forman parte de un paisaje de ruinas corroídas por el óxido.

12.2.05

ya está

Bueno, ya está. Me refiero a la boda. Ahora lo explico. El jueves 10 (segundo día del ANL o Año Nuevo Lunar) voy a la desayunería de la tía de Chen. Allí se encuentran un montón de familiares que me reciben con cariño y alegría: sus tíos, dos primas, las dos sobrinas, la hermana menor Hsiu Ching que vive cerca de Taipei (en Jhongli) y el marido de ésta, que acaba de cambiar oficialmente hace poco su nombre chino (es el segundo caso que conozco).

Primer inciso: eso de que somos seres poligonales o poliédricos y que en la interacción con otras personas a cada una le presentamos una arista o cara diferente de las muchas que tenemos, lo llevan a la práctica taiwaneses y chinos en general en el empleo de los nombres. Aquí uno no se llama simplemente "Fulano (de Tal y de Cual)"; tus hermanos o hermanas mayores o menores te llamarán "keke", "titi", "yieyie" o "meimei" (palabras que significan respectivamente: hermano mayor / menor; hermana mayor / menor) según corresponda; distintos familiares utilizarán cualquier otra de las múltiples palabras con que cuenta el chino para expresar cada matiz en las relaciones de parentesco; los amigos, colegas, jefes o subordinados usarán motes o apelativos que comiencen, por ejemplo, por las palabras "viejo", "pequeño" o "hermano" seguidas (o precedidas) de tu apellido. Es decir, a cada persona le corresponde un gran número de nombres según quien se dirija a ella y en qué situación.

Continúo. Después de desayunar nos vamos todos (tía y primas incluidas) a casa de los padres de Chen. Les entrego unos regalos de Año Nuevo así como los sobres rojos con que se felicitan las fiestas en la cultura china (llevan dinero dentro; no dinero fantasma como el que se quema en los templos, sino del bueno, el que se cambia por euros), lo que me obliga a insistir en chino para que los acepten, ayudado por el resto de la parentela que se supone que han venido a desbrozar el terreno. Almorzamos juntos y después les anuncio que Chen y yo vamos a casarnos el día 16 y les invito a asistir a la boda. A partir de este preciso instante me recuesto cómodamente en el sofá ya que la conversación pasa al común de los presentes, a saber: Chen, sentada a mi lado, sus padres y el resto de la familia, cada uno de los cuales tercia en la discusión con gran variedad de ideas, opiniones y sugerencias. Dados mis conocimientos escasos de chino y nulos de taiwanés y hakka o hoklo, yo me abstengo y me dedico a la meditación contemplativa.

El resultado es que renunciamos a la idea de celebrar la ceremonia en la iglesia de Chen para no complicar más las cosas. Nos limitaremos al trámite de recoger las firmas necesarias para presentarlas en el juzgado, y el banquete tendrá lugar en agosto. Así que habrá fotos vestidos de blanco, pero no de la boda propiamente dicha sino de las que hace un fotógrafo de la agencia un día diferente para la confección del álbum de fotos (en propiedad, libro) que se muestra a quienes asistan al banquete junto con una foto ampliada de los esponsales.

Segundo inciso: en Taiwán no es necesario oficiar o celebrar el matrimonio civil en un juzgado o ayuntamiento. Se rellena un documento (que te proporcionan, por ejemplo, las mencionadas tiendas pre-para-nupciales, si bien con ciertos aditamentos supuestamente románticos y valentinescos) y se pide a varios testigos que lo avalen mediante su firma, firma que en realidad consiste en la estampación en tinta roja de un sello individual e intransferible de madera o piedra. No importa dónde se desarrolle el acto: puede ser en casa o en un restaurante, después sólo hace falta validarlo o registrarlo ante el funcionario correspondiente. Cada taiwanés tiene al menos un sello, pero puede tener uno para el banco, otro para cartas personales, para votar etc. Su falsificación equivale a un delito de imitación de firma o suplantación de personalidad. Yo me hice uno de madera como curiosidad o recuerdo en mi primera visita a la isla, hace tres años, y Chen me regaló luego uno de piedra; ahora resulta que, más que útiles, me son necesarios.

Por la tarde Chen y yo desaparecemos del mapa unas cuantas horas. Volvemos a la casa de los padres y cenamos en familia. Luego nos vamos a un bar y decidimos estampar nuestros dos sellos personales en el documento. Nos hacen falta seis más.

Por la mañana del día 11 vuelvo a casa de los padres y les comunico que vamos a llevar las firmas al juzgado el lunes 14. El padre asiente y poco después estampamos su sello y el de su esposa. Por la tarde pedimos a varios amigos más que hagan lo mismo y, por último, esta mañana, conseguimos el sello que faltaba, el octavo. Ahora mismo acabo de volver de cenar en su casa una vez más, lo que supongo que significa que las cosas van por buen camino.

Salvo que hubiera algún problema de tipo burocrático el próximo lunes, podemos decir que ya nos hemos casado. Os lo cuento ahora porque el jueves nos vamos a Japón hasta el día 3 de marzo (del 3 al 6 estaremos en Taipei) y probablemente no entre ni mucho ni poco en internet.

Ah, en "El País" de hoy publican un artículo de una sinóloga (es decir, chinóloga) que dice que la verdadera religión de los chinos es el culto a los antepasados. ¿Alguien me lo puede guardar, copiar, enviar? [Ya lo tengo.]

Por último, una costumbre muy taiwanesa es la de que la gente se descalce al llegar a una casa. Al contrario que en Finlandia, donde luego se deambula de puertas adentro en calcetines o a pelo, aquí uno deja los zapatos fuera, como si de una mezquita se tratase, y se calza unas chanclas o alpargatas. Ahora bien, en algunas casas hay que repetir la operación al entrar en el cuarto de baño, donde disponen de otros pares de chancletas o chinelas particulares. Anoche cené en la casa tradicional de una familia hakka, en el patio exterior, a la fresca, y para ir al servicio tuve que cambiar mi calzado al entrar en la casa, al cruzar el patio interior y al pasar al mingitorio (y vuelta).

9.2.05

puntualicemos

Con tanto mirarme al ombligo se me olvidó desearos un feliz carnaval. En cuanto a mi último mensaje, metí la pata al enumerar los cinco elementos que pueden caracterizar a los doce animales del zodiaco chino. El quinto no es el aire, sino la tierra.

Aprovecho para hacer otras puntualizaciones:

Lo que dijo el padre de Chen fueron dos frases distintas, no una. Finalmente cené en mi casa, con el hermano de Chen y su amigo; luego Chen y yo fuimos al cine a ver "El aviador", la última de Scorsese, y tras la película nos dirigimos a un bar para celebrar el cambio de año con vodka (ella) y tequila (yo). Y en cuanto a las canciones del otro día en el KTV, en español canté "Bésame mucho" (la única disponible), y en inglés "Yellow submarine", "You are the sunshine of my life", "Black is black" y otras no menos conocidas y pegadizas, aunque la que quizás tuvo más éxito (a falta de "Guantanamera" y "Macarena") fue la brasileña "Coração de melão", que yo no conocía antes de venir aquí. Por último, más que preparativos logísticos, lo que me resultaba más cansado era la aceptación paulatina por parte de los padres de Chen.

8.2.05

toca madera

Esta noche tendrá lugar lo que yo llamo la Nochevieja China (o Lunar). Desde el fin de semana, millones de taiwaneses se han desplazado a otras ciudades de la isla en ferrocarril o por carretera. Ahora, por la mañana, ya se oyen algunos petardos y cohetes. Una quinta parte de la población mundial lo celebra, p.ej. también en Madrid (en Lavapiés, supongo). A los dos ciclos que os mencionaba se añade otro, el de los cinco elementos: agua, fuego, metal, madera y aire, si no me equivoco (pero seguro que no en ese orden). Pues bien, este año toca madera. Tenemos como signo el Gallo de Madera, combinación que, al depender de la coincidencia de un ciclo de 12 años con otro de 5, sólo se repite cada 60 años. Por última vez, en 1945, el año de la muerte de Hitler, los asesinatos con armas de destrucción masiva de dos ciudades enteras (Hiroshima y Nagasaki) y el final de la Segunda Guerra Mundial. Como veis algo mucho más sutil que lo de que cada 30 años muere un hijo de la gran puta (1945: Hitler; 1975: Franco) y que este año le tocaría a Bush (hijo) o al papa Woytila.

He recibido varios mensajes acerca de lo mucho o poco que os gustan estas cartas, de si mi fijación con las gambas, almejas y otros simpáticos animalejos no será síntoma de otro tipo de desvaríos etc. Os agradezco mucho que os preocupéis por mí. Naturalmente, no siempre estoy animado, algún día que otro veía más de un nubarrón (alguno bien gordo, por cierto) en el horizonte, pero al final ninguna borrasca ha sobrevivido a la prueba de fuego de la almohada o la siesta. En cualquier caso, la ironía con la que escribo, más que para enmascarar u ocultar problemas o conflictos, me sirve para desactivarlos, y hasta el momento funciona; por otra parte, me temo que a estas alturas sea ya mi forma preferida de acercamiento y análisis de los acontecimientos, desde los más graves a los pefectamente irrelevantes, y que no creo que eso vaya a cambiar.

Hace un par de días osé de nuevo entrar en casa de los padres de Chen. El padre estuvo simpático y creo poder afirmar que mantuvimos nuestra primera conversación en chino digna de tal nombre. Yo entendí que me decía que si yo aprendía chino no tendría que preocuparme por aprender taiwanés (por cierto, algunos canales de televisión emiten en taiwanés). Chen me dijo luego que su padre le dijo que si yo aprendía chino él no tendría que aprender inglés. Todavía me pregunto si se trataba de la misma frase. Ah, qué curioso tener que revivir (a mi manera, claro) los desvelos de mi padre cuando se aventuró por vez primera en la casa o el cortijo de mi abuelo materno, allá en tierras extremeñas...

Ayer volví a casa como a las 7 de la tarde, hecho polvo, cansado de estar todo el día de tienda en tienda, de los preparativos. Quedamos Chen y yo en descansar para pillar la cena de esta noche (prevista, en principio, en casa de sus padres) con más energía. Pero, claro, cómo iba a acostarme a las siete... Además, al rato de llegar me dice el hermano de Chen que era el cumpleaños de su amigo, al que llamaremos Xiao Mao (pequeño Mao) por la broma sobre su parecido sobrinesco con Mao Tse Tung. Así que bajé a felicitarle, llegaron otros dos amigos con comida (excelente: camarones, patas de cangrejo...) y litronas de cerveza y, nada, recuperé las fuerzas como por arte de magia. A las 11 de la noche nos fuimos al KTV (donde sólo pude cantar una canción en español, y el resto en inglés), a las 2 recenábamos en una tasca (carne de ganso, sopa de almejas, tortilla de gambas) y a las 3 volvimos a casa. Había bebido en una tarde más cerveza que en Madrid en un año (y con cubitos de hielo, como la toman por aquí). Pero, en fin, menos mal que no mezclé con otros tragos y que lo acompañé con alimentos sólidos. Veremos que nos deparan las celebraciones en días sucesivos.

Bueno, os dejo. ¡Feliz Año Nuevo! Xin nien kuai le!

6.2.05

del mono al gallo

Ya falta menos. En la noche del martes 8 al miércoles 9 pasaremos del Año del Mono al Año del Gallo (según algunos, si tenemos en cuenta el ciclo de alternancia binaria yin/yang, o femenino/masculino, luna/sol etc, el año que comienza sería yin y, por tanto, Gallina). Será, como el del Mono, un año inquieto, como la cola del macaco o la cresta del gallito con ganas incontenibles de asomar la cabeza. Un año de quiquiriquíes no sólo de madrugada, sino a cualquier hora del día. Un año en que todas las misas serán misa del Gallo. El ciclo de los animales del zodiaco chino se completa cada 12 años. Sois gallos, pues, los que en el 2005 hayáis cumplido o vayáis a cumplir 12 años, ó 24, 36 etc.

5.2.05

la dichosa almeja

Escribo desde el instituto en el que trabaja Chen. Aunque es sábado y está de vacaciones, tiene una reunión con el nuevo director. La gente, que ya me conoce (se trata tanto de profesores colegas de Chen como de sus alumnos), nos saluda cuando nos ve diciendo "konsi-konsi"; puede significar tanto "enhorabuena" (por la boda) como "felicidad" (por el Año del Gallo que comienza el miércoles día 9) o las dos cosas a la vez.

El ambiente cada vez es más parecido al de los días anteriores a nuestra Nochevieja: orgía de compras, consumo y regalos; decoración en colores rojo y dorado por todas partes; villancicos en chino que se repiten sin cesar; plaga de gallos. La gran diferencia son las temperaturas en torno a los 20 grados o incluso superiores: yo voy casi todo el tiempo en camisa de manga corta o camiseta.

Anoche asistimos a un concierto de la orquesta del instituto de Chen (esto parece Finlandia). Tocaban música de películas, que, como dice mi amigo Santi, es la única música "clásica" contemporánea que llega a todos los públicos, lo que no ocurre con compositores más experimentales o esotéricos.

Hace días fuimos a la casa de un amigo de Kiki muy majete e interesante. Me hizo un pequeño regalo, que sin embargo tiene un enorme valor para mí, como un imán en torno al cual se va formando un torbellino de ideas. Se trata del fósil de una almeja de tamaño mediano, de unos 5 ó 6 centímetros de largo por lo menos (bueno, de una almeja o de otro molusco bivalvo, el bicho no viene con etiqueta), ovalado pero con una envidiable simetríia, de color entre blanco y grisáceo con estríias más oscuras. Naturalmente ya no es una almeja, sino una piedra (preciosa, por cierto), pero el hecho de que sigan existiendo congéneres suyos vivitos y concheando en todos los mares del mundo lo hace mucho más próximo a mí desde un punto de vista afectivo que un hipotético diente de dinosaurio o la taba de un mamut.

Una amiga me preguntaba ayer por qué dibujo gambas. Bueno, no sólo me gusta comer marisco; de la gamba y el camarón me gustan hasta los andares; tiene una forma perfecta, muy estilizada (como las avispas) y, además, como les ocurre a las almejas, un español o un taiwanés ha crecido viendo las gambas en el mercado, en la cocina, en la mesa. No peladitas con salsa rosa como el consumidor medio norteamericano de mi mente prejuiciosa, sino con patas y cabeza, a la plancha o al ajillo. Por si fuera poco, y como ocurre con el vocabulario de origen taurino, también tenemos expresiones relacionadas con las profundidades y suculencias marinas: "ponerse rojo como un langostino" entre otras.

Retomo el mensaje después de volver de Kaohsiung, la ciudad del millón de motos (el mote es mío). Creo que no podría vivir en esa ciudad, con tanto ruido y humo. Todo lo contrario de mi rincón favorito en Pingtung, el templo de la familia Hsiao dedicado al culto a los ancestros y que data de 1880, muy cercano a mi casa. Pensaba el otro día que de todos los cultos habidos y por haber, el único que vale la pena es el que recuerda a nuestros antepasados y nos recuerda de quiénes venimos. Yo, que llevo en mi agenda de bolsillo fotografías de carnet de mis padres, que normalmente reveo en fechas señaladas como sus cumpleaños o los aniversarios de sus fallecimientos, ahora de vez en cuando también las miro cuando me adentro en ese espacio recogido y silencioso, en lugar de quedarme bajo el árbol que se encuentra a varios metros leyendo o pintando.

En cierto sentido, la almeja de este mensaje es un templo en miniatura. Cuando la tengo en la mano y la acaricio, como se hace con una canica o una bola de relajación, es como si pudiera tocar o acariciar el tiempo. Tengo en casa en Madrid un trozo de ámbar del Báltico con uno o dos mosquitos atrapados para posteridad en su interior, y lo guardo en una cajita de metal que reposa encima de la televisión. La almeja, por el contrario, en seguida ha encontrado su sitio natural sobre la mesilla de noche, como si quisiera susurrarme algo al óido durante el sueño. Me pregunto cuáles serían los últimos espasmos neuronales en el sencillo sistema nervioso de la almeja segundos antes de morir y de que su concha se transformara en el inmejorable sarcófago de piedra en el
que ha perdurado, transustanciada, hasta nuestros días. ¿Estaría soñando, con una sonrisa en los labios, como dicen que les ocurre a quienes mueren por congelación?

Supongo que de cada uno de nosotros hay millares y millares de documentos en diferentes archivos y registros, desde el hospital en el que nos alumbraron pasando por la partida de nacimiento, las calificaciones escolares, los pagos y transacciones efectuados, los otros tantos innumerables originales y fotocopias. No sé cuántos quilos pesará todo ese papel ni cuántos metros cúbicos ocupará, pero contando con la destrucción programada de documentos cada cierto número de años y la degradación química inexorable del papel de mala calidad en el que se ha escrito o impreso este protocolo burocrático de nuestro paso por el mundo, me imagino que dentro de 150.000 años muy pocos de nosotros habrán alcanzado un ápice de la inmortalidad de esta bienaventurada almeja.

Para terminar, miscelánea surrealista:

El periódico de ayer informa de que, en Taiwán, en uno de cada cinco matrimonios uno de los cónyuges es extranjero (17% mujeres + 2,3% hombres = casi 20%). En el de hoy leo que en un parque de Pingtung han erigido una estatua de madera (maciza, supongo) con forma de pene, de 8,5 metros de alto y más de 10 toneladas de peso.

4.2.05

¿eructar no es tan feo?

Acaba de pasar la medianoche, así que ya es día 4. Desde que llegué a Taiwán os escribo en la habitación, con el portátil de Chen (marca taiwanesa: Acer), no desde un cibercafé como en mi estancia anterior.

Dos cosas a las que hay que acostumbrarse en Taiwán son, en primer lugar, que no puede arrojarse papel en la taza del váter (tampoco en Grecia) y, segundo, que, en efecto, no es de mala educación eructar. En los últimos diez días he oído eructos ruidosos, algunos estentóreos, tanto en las mesas de los restaurantes del aeropuerto de Hong Kong como en tiendas, grandes almacenes, tascas y tabernas de Pingtung, así como en casa, sobre todo cuando llego por la noche y me encuentro al hermano de Chen y a sus amigos cenando cocido chino o sopa de tortuga anura (sin cola). La palma del estruendo se la lleva "el sobrino de Mao Tse Tung", que además tiene la boca completamente echada a perder por el hábito de masticar la nuez de betel, con los dientes enrojecidos, por no decir ennegrecidos. Con eso y con todo, es un tipo simpático, y nos hemos reído un montón entre brindis y brindis (brindan más que yo), en especial cuando le da por tararear Guantanamera con un certero contoneo de las caderas. Por suerte parece que sólo eructan los hombres: ninguna de mis amigas y conocidas lo hace, al menos en mi presencia.

3.2.05

formosaurio

Confirmado (de momento): retomamos la fecha prevista en un principio, el día 16. Cambiando de tema, hace un par de días hicimos una breve visita a Kaohsiung para buscar la partida de nacimiento de Chen (ah, esos mandarines...). Saltándome una vez más todos mis prejuicios, entramos a comer en un McDonalds, donde al menos sirven pollo frito como les gusta a los taiwaneses, un poco picante. Finalmente opté por una hamburguesa de pollo con pan de arroz: el pan era una masa blanda pero compacta en la que se distinguen todos y cada uno de los granos de arroz, como si de material de embalar se tratase. Estaba bastante buena para ser una hamburguesa. Pues bien, ayer leí que se trata de un nuevo producto recién lanzado por McDonalds, precisamente el día que yo me atreví a probarlo y de momento sólo en Taiwán. Estoy por volver para que me hagan un certificado o diploma, como cuando cruzas el llamado círculo polar ártico en Rovaniemi.

En cuanto a las acuarelas, hoy he copiado del periódico la figura de un diplodoco, pero he decidido bautizar mi dibujo con un nombre más apropiado y cariñoso: Formosaurio.

Ayer también casi me atropella una moto tripulada por tres individuos pertenecientes a esa edad llamada jumentud (de jumento), mientras yo montaba en bicicleta. Cruzaron a dos centímetros de mí a toda hostia, pero por suerte ni me rozaron. La chica, que creo que iba en medio (a lo sandwich, en una especie de menage-a-trois sobre ruedas) soltó un alarido de esos que se entienden aunque no sepas ni jota de chino. Yo, al intentar evitarlos, y gracias a lo torpe y patoso que soy en lo que a la psicomotricidad se refiere, perdí el equilibrio, fui a dar con un coche aparcado y después me caí con todo el equipo hacia el lado contrario. No me pasó nada aparte del susto y de que se salió la cadena de la bici, que luego Chen se encargó de poner en su sitio (si no os habíais dado cuenta, también soy un manazas o, como dicen en Finlandia, tengo el pulgar en mitad de la palma de la mano).

2.2.05

augurios

Poco después de anunciaros el cambio de fechas, resulta que Chen descubre que celebrar una boda durante las vacaciones del Año Nuevo (o Año Lunar) Chino es de mal agüero, y podría acarrear mala suerte a su familia y al negocio de ésta (en opinión de uno de los hermanos). Y eso que había consultado la fecha en un calendario especial para ver si era o no propicia, pero ya se sabe que en esto de la superstición y las artes adivinatorias dos bolas de cristal ven más que una.

1.2.05

cambio de planes

Hola, y feliz febrero a todo el mundo,

Hoy he tenido que recurrir a la amistad y la tecnología para conseguir que llegara a mis manos una partida de nacimiento que dejé en Madrid después de que allí me dijeran que no la necesitaría, algo que me acaba de desmentir (de modo poco rotundo, eso sí) el encargado de este tipo de asuntos de nuestra oficina de representación (es decir, criptoembajada) en Taipei. Ya odiaba la burocracia, sobre todo la vertiente consular y de visados por lo que tiene de humillante para el extranjero por el mero hecho de serlo; ahora además compruebo que es un auténtico coñazo no sólo en España sino también en estas tierras, y que la culpa no la tiene la actual globalización. Cuánta razón tenía Miguel Espinosa en su "Escuela de mandarines"...

También estoy un poquito hasta las narices de los preparativos de la boda. Llevamos dos días visitando tiendas pre(para)nupciales. Me imagino que en España la cosa es igual de hortera y/o cursi pero en plan castizo. Ah, nada de esto sería necesario si los dos fueramos de Chinchón, o de Chingchong, por poner otro ejemplo.

Lo del cambio de planes es porque, al final y sin que sirva de precedente, hemos decidido no casarnos el miércoles 16... sino el sábado 12. En efecto, en una maniobra inaudita con el fin de sorprender y desorientar al adversario, adelantamos el acto cuatro días. Además lo haremos en la iglesia de Chen, por si quedaba alguien a quien despistar, humano o divino. El resto sigue igual: legalización en el juzgado, viaje a Japón, celebración en agosto... Y que no cunda el pánico: habrá fotos.

26.1.05

sopa de tortuga

Hola desde Pingtung, en el sur de Taiwán. Ésta es mi segunda "crónica" taiwanesa.

Esta mañana he comenzado a pintar con las acuarelas que me traje de Madrid y los pinceles que compramos ayer en una tienda de Pingtung. Hace semana y pico que Ismael nos dio una clase de iniciación en la acuarela a Christian, Fátima, Laura y a mí, y ya iba teniendo ganas de ponerme manos a la obra. Sobre todo después de haber conocido ayer en casa de Michel y Theresa a toda una familia de artistas, a saber: Laurence Mellinger (http://laurence.mellinger.free.fr), su novio Alexis, su padre Dany (escultor y muralista) y su madre Michelle. De momento he pintarrajeado las cuatro o cinco primeras páginas del cuaderno y por lo menos me he entretenido y relajado durante un par de horas, lo que no es poco.

Una de las últimas películas que vi en Madrid fue la más reciente de Ken Loach, “Ae Fond Kiss” (un beso cariñoso, traducida como “Sólo un beso”). Es una versión eiropaquistaní (eiro- de Eire, Irlanda) de Romeo y Julieta o cualquier otra historia de montescos y capuletos de las muchas que circulan desde que el mundo es mundo. Los personajes son ficticios y, además, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, si sabes a qué me refiero…

Ayer por la noche, después de cenar cocido chino de carne de cabra con unos amigos (y trasegar unos cuantos litros de Taiwan Beer), fuimos con ellos a un KTV, es decir, un reservado-karaoke donde se canta sólo delante de tu grupo de amigos, sentado en un cómodo sofá con comida y bebida sobre la mesa, en lugar de hacerlo subido a un escenario a la vista de todo quisqui. Aparte de cantar algunas frases sueltas en chino, me animé con el escaso repertorio en lengua española: “Bailamos” (de Enriquito Iglesias), “La bamba” (horriblemente transcrita; por ejemplo, en vez de “marinero”, se leía “ma dinero” !!!), “Guantanamera” y “Macarena”. Al volver a casa continué la fiesta con el hermano de Chen, un primo suyo y otros tres amigos (de uno de ellos decían de coña los demás que su tío era Mao Tse Tung); bebimos más cerveza y me invitaron a probar sopa de tortuga: mordisqueé un trocito cartilaginoso y bebí un par de tazones de un caldo bastante fuerte de sabor en el que se cocían la cabeza y otros cachos del pobre animalito; cuando el caldo estaba a medio consumirse, añadieron más líquido: medio litro de aguardiente de arroz, bebida más potente que el vino de arroz (o sake). Lo que sí me aseguraron es que beber esa sopa es muy bueno para la virilidad.

Hoy también he cogido la bici por segundo día consecutivo. A pesar del tráfico caótico y las motos kamikaze, montar en bici es un gustazo.

24.1.05

primeras noticias desde Pingtung

Llegué a Taiwán el viernes pasado tras 24 h de aviones y aeropuertos (7 horas en el de Hongkong te dejan peor que al Tom Hanks de "La terminal", la última película perpetrada por Spielberg). Lo bueno es que ya se me están pasando el "jet lag" y la mueca de yeti que te produce.

Del vuelo, lo más impresionante es la visión de la interminable llanura o meseta monatañosa del Tíbet, cubierta de nieve, hielo o escarcha. Interminable por no decir infinita, y quien lo dude que se agarre un atlas y la compare con las cordilleritas pirenaica o alpina, que tanto me cautivan en mis frecuentes vuelos a Bruselas y Estrasburgo.

Hemos pasado el fin de semana en Kenting, en el sur. Temperatura: unos 20 grados, con sol. He ido a la playa un par de veces, pero no nos hemos bañado. Ahora ya estoy en Pingtung. La sensación predominante es de absoluta normalidad. No me extraña nada: ni la gente, ni la comida, ni los letreros incomprensibles o ilegibles (bueno, algo sí que pillo, pero ya no me fijo en ellos), ni el endiablado idioma chino en su versión coloquial. Y hoy me acaba de cortar el pelo nuestra amiga Kiki.

Por cierto, el novio de Kiki (Andy) ha leído en internet algo escrito en chino por Jimmy, nuestro amigo cocinero, donde al parecer habla de mi hermana Beatriz como de una gran cocinera (vete preparando el libro de recetas, por si te piden que lo demuestres en Extremo Oriente). Quizás también la fama de Kiki como peluquera logre extenderse hasta los confines occidentales de Eurasia.

22.10.04

adherencias

Me pregunto si son sólo Trinidad Jiménez y el resto de la delegación que viajó con ella a China quienes se adhieren a la mal llamada política de "una sola China" (¿una, grande y libre?), es decir a la doctrina de la dictadura seudocomunista de Pequín. O, lo que sería más vergonzoso y preocupante, si se trata de la postura oficial de todo el PSOE, con desprecio manifiesto a la voluntad de 23 millones de taiwaneses y a su gobierno elegido democráticamente en las urnas.

23.9.04

la penúltima

Tranquilos, era la (pen)última crónica. Como ésta, que también es la (pen)última.

Llego a Madrid el lunes por la mañana, y del miércoles al domingo estaré en Maribor, Eslovenia, con lo que seguiré algo liado la semana que viene. Pero luego no os libraréis de mí tan fácilmente.

Mañana por la noche Chen y yo cenamos con su familia en un restaurante. Vienen su hermana mayor con sus dos hijas (que me quieren mucho, o eso dicen), su hermano menor (con el que comparto casa y ya hemos cenado otro par de veces, aparte de haberme tomado yo con él unos cuantos tés y otros tantos güisquis que mejoraron enormemente mi comprensión del chino), su tía (la que tiene una desayunería adonde procuramos ir una vez a la semana), la hija de ésta (algo más joven que Chen) y, quizás, mis futuros suegros. Es como cuando te avisan de la formación de un tifón en el Pacífico: nunca sabes si pasará de largo o si te despertarás de noche con la habitación inundada y con pececitos de colores encima de la cama. Y yo, fiel a la máxima taoista de que la mejor acción es la inacción.

Esta mañana he visitado una casa antigua, estilo Hakka, que han reconstruido y renovado, y, después, una antigua escuela para funcionarios que los japoneses, en su afán de prohibir la enseñanza del chino durante el periodo colonialista de 1895-1945, convirtieron (astutos ellos) en templo dedicado a Confucio, lo que sigue siendo en la actualidad. Este templo sólo se utiliza una vez al año, el próximo martes 28.9, aniversario del nacimiento de Confucio y día del profesor. Me lo voy a perder, pero me quedo con el recuerdo del deterioro que la (in)temperie ocasiona a un templo tan poco frecuentado: columnas de madera con la pintura roja descascarillada, lamidas y raídas por la lluvia y el sol...

PD "Confucio" en chino se dice "Conchi"

21.9.04

muerte anunciada de las crónicas taiwanesas

Ésta es la (pen)última crónica. Se veía venir después de la incontinencia verbal de hace un par de semanas. Pido disculpas por parafrasear el título de GGM, pero es que el mamoncete titula tan de puta madre que al final acabas citándolo queriendo y sin querer, venga o no a cuento.

Algunos me habéis dicho que las encontrabais interesantes (gracias, ya me diréis cuánto os debo); otros, más bien otras, que demasiado impersonales, y que parecía Labordeta o del National Geographic; a éstos últimos os dedico la de hoy, para que escarmentéis.

Ah, lo que envío no sigue ningún orden lógico. Cosas de la pereza selectiva.

Por un pelo

Es mi última semana en Tawán. Todo son cenas, despedidas y momentos dramáticos. Me acaba de cortar el pelo mi amiga Kiki, peluquera de profesión. Mientras ella llegaba de no sé dónde (siempre me pierdo algo cuando me hablan en chino, e incluso en inglés), una de las chicas de su peluquería (Kiki es la jefa) me dio un lavado-masaje de cabeza y hombros re-la-jan-te y es-tu-pen-do. Tengo que pasaros la dirección por si venís un día por Pingtung.

Como decía, es martes. El sábado Chen y yo subimos en tren a Taipei/Taoyuen, el domingo por la tarde cojo el primer avión, y, el lunes, tras unas 21 horas de aeroburrimiento, llegaré a Madrid.

Fauna de Pingtung

Me olvidé de las libélulas, esos bichos tan guays o, como diría Borges, improbables y atroces.

Increíble pero cierto

Ayer por la noche, en una de las callejas del mercado nocturno de Pingtung, Chen y yo vimos una moto aparcada con 2 pegatinas 2 de "Antena 3 TV". No nos atrevimos a indagar.

Doble datación

Aparte de que el 2004 sea, al mismo tiempo, el año 93, también coexisten el calendario solar (enero, febrero etc) con otro lunar. Los días de comienzo y fin de los meses lunares no coinciden con los solares, pero son ellos los que determinan la mayoría de las fiestas (vamos, como nosotros con la fecha móvil de la Semana Santa). Por ejemplo, el 3.9 (3 de septiembre, que en chino se dice "tercer día de la novena luna") era el 19.7 del calendario lunar.

Terremotos

Menciono esa fecha porque el 2.9 (ó 18.7), a las 14h07', tuvo lugar un temblor de tierra cerca de la ciudad de Tainan. La intensidad fue de 4.5 Richter en el epicentro, menos de 1.0 en Taipei. Yo no me enteré, o, mejor dicho, me enteré al día siguiente leyendo el periódico (hace años, en 1995 en Bruselas, me despertó de noche un pequeño terremoto; tras descartar la hipótesis por absurda y preguntarme si habría sido un tranvía trasnochado en la calle Lesbroussart, me eché a dormir de nuevo... La respuesta la encontré a la mañana siguiente, en el periódico).

El fin de semana pasado estuvimos en Taichung. Mientras Chen asistía a una reunión de trabajo el sábado por la mañana, otra amiga (Nathalie), su hermana, cuñado, dos niñas de 6 y 8 años y yo hicimos una excursión en coche. Primero visitamos el lugar donde están construyendo el Museo del Terremoto 921 (el 21.9.1999 un terremoto de magnitud 7.6 mató a 2.415 personas en Taiwán); han conservado tal y como quedó un instituto de bachillerato destruido por el seísmo (que, por suerte, sucedió de noche, cuando el centro estaba vacío). Lo único parecido que había visto antes fue, en 1987, la casa de Gadafi bombardeada por aviones estadounidenses (creo que murieron una o dos hijas del coronel), con la diferencia de que el instituto es mucho mayor y de que parece que las ruinas acabarán siendo engullidas por la exuberante vegetación tropical taiwanesa, con lianas, plantas trepadoras, helechos etc.

Lago del sol y la Luna

También fuimos a ver el Lago del Sol y la Luna (llamado así por que desde el aire recuerda a un sol y una luna o, según otras versiones, a los ideogramas chinos para "sol" y "luna", que a su vez no se parecen en nada a ningún cuerpo celeste conocido). Es un lugar tranquilo, agradable, hermoso, aun no profanado por hordas de turistas (¡viva el elitismo!), un lago rodeado de colinas y montañas, algunas de ellas con templos, otras con nubes bajas que ocultan la cumbre. No sé si como resultado del terremoto 921, con epicentro no muy lejos, lo cierto es que en uno de los extremos del lago, cerca de la orilla, no en tierra firme sino en la superficie del propio lago, se ve surgir agua a borbotones, como si se tratara de un jacuzzi gigante o si algún desaprensivo hubiera quitado el tapón del desagüe. La verdad, no había visto antes nada tan raro como eso.

Espíritu aventurero

Como veis, si algo me caracteriza es la falta de espíritu aventurero. Como buen burgués, evito las aglomeraciones de turistas, los sitios demasiado visitados, los páises demasiado pobres, las ciudades demasiado peligrosas, las calles demasiado solitarias u oscuras, la comida demasiado picante... Menos mal que Taiwán me permite tomar tantas preacuciones y sentirme lejos de todo al mismo tiempo.

Es curioso, en parte me recuerda a España y en parte a Finlandia. Lo de Finlandia puede que sea por el tipo de vida que llevo aquí: un poquito de estudio del idioma, vida social por un tubo, paseos a pie o en bicicleta, excursiones, aguas termales, extraña combinación de occidentalización y exotismo...

Por cierto, me confirmaba Robin (un anglotaiwanés que se gana la vida cantando en bares y restaurantes) que, en efecto, aquí, en las localidades pequeñas, uno "es especial" sólo por el hecho de venir de lejos (lo que en sí mismo no tiene nada de particular). Lo cierto es que algunos individuos sí que acaban por creérselo. Debe de ser la naturaleza humana, como lo del sargento chusquero que se imagina general, emperador, o senador vitalicio.

Basura

Por la tarde los camiones de la basura recorren las calles de la ciudad emitiendo incesantemente por sus altavoces el fragmento de una melodía de música clásica cuyo título y compositor desconozco (lo tengo en un CD en casa, en Madrid). Así la gente sabe cuándo bajar la basura al camión. A mí, aunque sólo tengo que oírla un minuto y medio al día (los días que me pilla de por medio), ya se me hace un tanto insufrible, conque* no quiero ni imaginarme a los desgraciados currantes que tienen que sobrellevarla en el camión hora tras hora, día tras día...

[*en su momento comprobé la existencia de este "con que", escrito así, juntito, aunque no aparezca en todas las gramáticas]

Identidad

Aparte de la amenaza permanente de China, un tema que aparece a diario en el periódico que leo, el "Taipei Times", es el de la identidad de los habitantes de la isla. ¿Son taiwaneses? ¿Son (también) chinos? ¿Al idioma Hoklo, hablado por el 70% de la población, se le puede llamar taiwanés? ¿Pero que pasa entonces con el chino? (Antes de 1945 aquí no lo hablaba mucha gente, pero desde entonces tuvo lugar, por obra y gracia del KMT o Kuomingtan, una exitosa sinización cultural de la isla, por ejemplo en todos los niveles de la enseñanza) ¿Y con el Hakka (idioma de una minoría étnica que, en Fujien, China, son unos 40 millones)? ¿Y con las lenguas aborígenes?

¿Cómo llamar al país? Algunas posibilidades que barajan la prensa y los políticos: 1) ROC (República de China); 2) Taiwán; 3) Taiwán, ROC; 4) Taiwán (ROC); etc. Cada denominación tiene sus matices (desde el independentismo hasta el deseo de unificación con China), se hacen cábalas sobre sus respectivos significados...

Cerveza

Aquí la cerveza se puede y suele tomar con cubitos de hielo. Ah, y en algunos sitios incluso tienen San Miguel.

Superstición

Como en chino el número 4 suena igual que "muerte", las calles no suelen tener los números 4, 14, 40 y creo que tampoco 44, pues nadie compraría las casas. Al parecer lo mismo ocurre con las habitaciones de hotel.

Por otra parte, he visitado con Teresa, la mujer de Michel, un par de templos del centro de la ciudad. Sus explicaciones fueron muy interesantes, pero me las guardo para cuando me toque hacer de guía en carne y hueso.

No sé si ya dije que, a la entrada de los templos taoistas, hay unos hornos donde se quema dinero falso para los dioses y espíritus. Mas curioso aún, al menos para mí, es ver los camiones que transportan pacas de fajos de billetes "falsos”, o los garajes donde se almacenan, y pensar que, mientras aquí se imprimen y arden fortunas, en España se hornean y reparten hostias.

Regalo

Me han regalado una figura de jade, de unos 4 cm de largo, 1 cm de ancho y medio de grosor, que representa a un anciano venerable, con las manos cruzadas sobre el pecho, quieto, tranquilo. Es un colgante y, de hecho, lo llevo puesto al cuello (por debajo de la camisa, no soy tan hortera) desde hace varios días. No se trata ni de Confucio ni de Laotsé, aunque parece estar más relacionada con el taoismo, y me han dicho que sigue los modelos de la dinastía Song, de los siglos XII-XIII (vamos, como si me hubieran regalado un icono bizantino). Me preguntaba por qué me gusta tanto, si sería por la naturaleza del jade, esa piedra que recuerda el agua de una charca rodeada por la vegetación. Creo que también se trata de otra cosa, del contraste con los cuerpos agónicos, retorcidos, sufrientes de los crucifijos, con el sadomasoquismo morboso de la imaginería católica y, en general, judeocristiana. Me quedo con este viejo maestro que, por otra parte, viene de la China continental (en Taiwán no se tallan este tipo de figuras). Y si no, que venga Zeus y lo vea.

Curso intensivo de chino

LECCIÓN 3

"sí" en chino se dice "sí" (es una de las mil formas de decirlo).

LECCIÓN 4

"toro de lidia" se dice "toño".

LECCIÓN 5

"torero" se dice "toño sí".