Nuestros guías eran una pareja de italianos muy simpáticos y sobradamente preparados, Enrica y Paolo, con los que hicimos dos excusiones motorizadas de medio día cada una.
Sobre el mapa, El Hierro, la más pequeña de las Canarias, parece una legaña o la cagarruta de una lagartija. Ahora bien, hace falta estar allí para darse cuenta de su enormidad, con alturas de más de 1.300 metros; con el accidente geográfico conocido como el Golfo, resultado del colapso de la caldera de un volcán (no por explosión como en Santorini sino por hundimiento en el océano); con la consiguiente diversidad de paisajes y vegetación, desde el sur volcánico, con coladas de lava pahoehoe, a los bosques de pino canario, la laurisilva de brezos, fayales y tiles (el Garoé) o las extensiones con sabinas o enebros azotados y retorcidos por los vientos.
La siguiente expresión se suele aplicar a Tenerife o Gran Canaria, y se podría decir también de La Palma, pero sin duda sirve para el Hierro: un continente en miniatura.
¡Hasta la vista! Has sido, junto con La Palma (de la que conservaba un recuerdo muy parcial e incompleto de mi primera visita hace una quincena de años), la mayor sorpresa de este viaje.
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