He llegado a la conclusión de que no quiero construir nada en la vida. Al menos, nada pretendidamente importante, con vocación de duradero.
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Otra cosa son los pequeños proyectos, los planes de poca envergadura. Como querer leerme los libros que abarrotan las estanterías de mi casa, demasiados ya para los años que tengo, a ver si así, leyéndolos, poco a poco consigo ir desprendiéndome de ellos.
Otra empresa, más modesta y por tanto quizás realizable: transformar en poemas las ideas o imágenes anotadas con diminuta letruja en la agenda que llevo siempre en el bolsillo. Creo que con esto, de momento, acaban mis ambiciones.
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